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BOGOTÁ, COLOMBIA.- La venta de pañales le sirve a ?María? para sobrevivir en la capital colombiana, a donde huyó desde su pueblo por la presión de grupos armados, en un caso que representa el dolor de miles de mujeres refugiadas en este país sudamericano.
A sus 39 años, aunque su delgadez y su pelo canoso parecen revelar más, se confiesa campesina, dice que es agricultora, que siempre trabajó en el campo hasta que ?los muchachos?, como los llama, la sacaron de sus tierras y la obligaron a ser una refugiada.
Los brazos fuertes de ?María?, propios de una mujer trabajadora, cargan a Jeison, un niño de tres años, asombrosamente grande, que no habla y que siempre está agarrado de su mamá.
?Él tiene un problema, un retraso, pero yo siempre lo cuido. Llegamos a Bogotá hace dos años, salimos corriendo porque nos sacaron?, relata con tristeza y se niega a revelar qué grupo armado la obligó a huir y pide que ?por Dios no dé mi verdadero nombre?.
Su caso es uno más de entre las millares de mujeres que en Colombia sufren el rigor del desplazamiento forzado, ya sea por acción de los paramilitares, las guerrillas y en ocasiones por desconocidos a los que señalan como miembros de las Fuerzas Armadas.
Aún es incierto el número de desplazados en esta nación que desde hace 41 años enfrenta una guerra interna, pues el Gobierno asegura que se trata de un millón 706 mil personas, mientras la Conferencia Episcopal cree que son unos tres millones de personas.
En lo que sí coinciden todos los estudios es en que son las mujeres y los niños los más afectados por el desplazamiento, generalmente a las grandes ciudades, a donde llegan a engrosar los cinturones de miseria.
DE LA CIUDAD AL CAMPO
Llegar a la casa de ?María? es un trabajo difícil, ya que hay que atravesar Bogotá y subir las empobrecidas colinas del sector de Ciudad Bolívar, quizá la localidad más conflictiva de las 20 que conforman la ciudad.
Mientras se avanza en el pequeño taxi el paisaje va cambiando rápidamente y se pasa de ver las autopistas pavimentadas a empinadas calles semirurales.
En la medida que el automotor comienza a subir con dificultad, es fácilmente observar cómo se van deteriorando, calle a calle, casa a casa, las condiciones de vida de quienes allí tratan de subsistir.
Pero ?María? vive aún más allá. Para llegar a su casa es necesario dejar el taxi y continuar, a pie y cuesta arriba, unos 15 o 20 minutos más.
De pronto el paisaje cambia y se vuelve verde, pues aunque todavía se está en Bogotá, es claro que ésta es una zona rural, donde la pobreza se viste de campo, gallinas, y gente que parece sacada de otro mundo.
?María?, en la puerta de su casa, muestra el drama de una mujer que tuvo una gran finca en el municipio de Baraya, en el sureño departamento de Huila, pero que junto a su esposo y sus ocho hijos debió abandonarlo todo, con prisa y con miedo.
Ahora este paraje, conocido como Mirador de la Estancia, desde donde se observa muda y grandiosa a Bogotá, es su nuevo hogar, allí está en una casa prefabricada y espera que el Gobierno la apoye para comprar el lote y volver ?a tener algo en la vida?.
?Mi esposo es agricultor, pero aquí le ha tocado trabajar en construcción. Gana, cuando tiene trabajo, como 400 mil pesos mensuales (unos 160 dólares)?, dijo ?María?.
Hasta ahora sólo ha recibido del Estado algunos colchones y algo de suministros, pero espera recibir apoyo para comprar la casa y realiza trámites ante una Organización No Gubernamental para obtener recursos que le permitan ampliar su modesto negocio.