?Esencial a la justicia
es hacerla sin diferirla. Hacerla esperar es
injusticia?
?Jean de la Bruyère-
La grandeza y el temple de los seres humanos sólo se consigue a partir de experimentar dolores profundos. Cuando el alma rota logra recomponerse y el colorido perdido -el ansia por vivir- florece, es entonces cuando podemos declararnos victoriosos. Los chinos conciben ?crisis? como oportunidad; hay otros que si miran retrospectivamente su pasado logran caer en la cuenta de que gracias a las horas bajas, su capacidad de ser y entenderse plenos y felices es ilimitada. A todo lo anterior hace homenaje la periodista Lydia Cacho.
Lydia nunca fue en pos del protagonismo y los reflectores, pues quien así lo busca únicamente consigue alejarse de la máxima esencia del periodista serio: la credibilidad. El oficio de escritor debe rehuir posturas banales, no supeditarse a intereses turbios -y lo peor- alejarse del credo de compromiso toral y absoluto hacia el lector; al fin y al cabo único interlocutor válido al que nos debemos en cuerpo, mente y espíritu y sin en cual estaríamos arando en un desierto cruel e inhóspito.
Lydia Cacho publica su libro ?Los Demonios del Edén? hace escasos meses y destapa una cloaca de podredumbre y desolación sin paralelo. Mientras nuestros gobernantes viven en un mundo de fantasía, ?donde todo marcha de maravilla y las estadísticas son alentadoras?, Cacho -haciendo gala de valentía- les cierra la boca, cancela cualquier atisbo de duda. Sí, el México anhelado se confronta con aquél lacerante donde el poder, el dinero y aquellos vicios propios de sátrapas sin noción de la moral y la virtud pueden -sin más ni más- comprar voluntades. Lo más grave: logran comprar conciencias.
Iluso yo por creer en una libertad de prensa relativamente libre. ¡No señores! Aquí amedrentar y vulnerar contra cualquier escritor es posibilidad alcanzable hasta para un burócrata de tercera. Parece que ni las muertas de Juárez, ni el acoso al Excélsior de Scherer, ni los cientos de perredistas asesinados durante el salinato, fueron cismas profundos en pro de demandar justicia. ¿De qué sirve el denominado ?Gobierno del cambio? dentro de dicho rubro? ¿O es que acaso ahora que contamos con ?virreyes? llamados gobernadores y huérfanos de directriz, cabe la posibilidad de que en ciertos estados la Ley se aplique a conveniencia?
Digo, Lydia -tal nos relata en su espléndido texto- fue víctima de atrocidades de difícil inclusión dentro del imaginario colectivo. La verdad nos hace libres pero también incomoda y las verdades de Cacho hirieron las susceptibilidades de prominentes hombres y mujeres para quienes hacerse de la vista gorda ante el delito y la profanación se valen con tal de seguir figurando en el presupuesto. Y que ni se diga del ?Gober Precioso?, personaje de tan baja monta que por dos botellas de cognac fue capaz de hacer mutis.
Una de las tareas más loables y engrandecedoras es la labor social, involucrarse con los dolores propios de aquellos con los que el destino ha sido ingrato. Lydia Cacho ha dedicado sus fuerzas en pro y a favor de millones de voces en espera de ser escuchadas, atendidas y ante todo en espera de la mano amiga que esté dispuesta a decir ?aquí estoy, quiébrate, pues yo seré el conducto para que el llanto derramado no se pierda dentro de lo estéril?. He ahí un ejemplo admirable y necesario, una demanda a la sociedad entera: deja de mirar hacia arriba y concéntrate en voltear hacia abajo; ahí están los problemas.
Al igual que Lydia -ejemplo para nosotros los jóvenes- somos muchos los dispuestos a condenar aquello tan deplorable como es el caso de la prostitución infantil. Los niños -en esencia- deberían estar enfrascados en la invención de mundos mágicos, en jugar a equivocarse y sobretodo en soñar con la felicidad, pues ésta va implícita en el deseo natural de la humanidad por trascender. En lugar de ello, millones de infantes son tratados como mercancía y quedan a merced de pederastas sin nombre a los que la justicia mexicana -e internacional- siguen protegiendo. A los niños les roban las ganas, los sueños y la dignidad. ¿Qué le queda a un chamaquito que sin noción de nada lo dejan muerto en vida?
Mal haríamos en dejar libres a los delincuentes que la escritora menciona, con lujo de pruebas y testimoniales. Jean Surcar Kuri merece el castigo severísimo; Kamel Nacif lo mismo por cómplice y porque llamarle ?basura humana? es quedarnos cortos en cuestión de adjetivos. La lista es larga y la demanda impuesta en contra del gobernador de Puebla debe resolverse sin cortapisas. Cabe también una investigación sin miramientos ni contemplaciones en contra del ex gobernador de Quintana Roo, Joaquín Hendriks -y quienes resulten responsables- en vista del secuestro que la autora del libro sufrió hace no mucho tiempo. ¡Y qué decir de la larga lista de prominentes políticos que andan tan campantes de puesto en puesto! ¡Y luego nos salen con que las cosas dentro del tricolor han cambiado! Pregúntenle a Montiel, ahora administrador de propiedades.
Lydia: tus demonios son nuestros pero no nos asustan. Tu voz representa la de millones de mexicanos cuya unión será el conducto para vencer la demagogia y la secrecía. Tu lucha servirá de aliento para unirnos en contra de la utopía; el testimonio que legas no será carcomido por el tiempo y espero, que en algunos años, sirva de recuerdo del México que tuvimos y que a base de tesón y empeño no será legado a nuestros hijos.