En el Potrero de Ábrego oigo música que en la ciudad ya no se puede oír: el gorgoteo del agua que hierve en la olla del fogón; el silbo del viento de la tarde; el arrullo de la leña que por la noche arde en la chimenea; la acompasada percusión del pájaro carpintero -Gene Krupa matutino- que llega a ponerle ritmo al día que comienza; el dos por dos de los niños en la escuela; las canciones de amor de las mujeres que lavan en la acequia...
Con todas estas notas la vida hace su música, y yo la escucho reverente, porque es música sacra. Los sabios dicen que en la infinita bóveda del universo se oye la música de las esferas, y que los astros cantan a su paso un himno cósmico. Debe ser majestuosa esa música, pero no ha de tener la majestad de la que yo oigo en el Potrero: la música de la olla, del viento, de la leña, del ave, de los niños, y la canción de amor de las mujeres.
¡Hasta mañana!...