En el vago esfumino de la niebla la alta torre parece un brazo que se levanta para mostrar el camino a las alturas.
Yo amo la catedral de mi ciudad, Saltillo. Sus vastas naves, sus umbrías bóvedas están llenas de recuerdos de las amadas sombras. En la bruma se acrecienta ese amor mío por las antiguas piedras ungidas con el óleo de la fe. Voy al caer la tarde a la cívica plaza bordada de palomas y alzo la vista para mirar el airoso campanario que ahora lleva capa de neblina.
Y me parece, al verlo, el mástil de un navío que ha visto muchos vientos y muchas tempestades, pero que sigue navegando, aun entre la bruma, por rumbos que son de eternidad.
¡Hasta mañana!...