El pájaro carpintero llega con nimia puntualidad de tren británico. Las 7 de la mañana acaban de sonar cuando se empieza a oír en la ventana de madera el picoteo del picamaderos.
Yo me mantengo inmóvil como una buena intención, pues el más leve movimiento, aun el que hago para voltear a verlo, hace que el ave emprenda el vuelo. Pero escucho la música del afanoso gambusino de carcomas, y su taladro rítmico es mi señal para iniciar el día.
Quiero mucho al cumplido artesano de penacho rojo. En la ciudad añoro su exactísimo reloj. Acá no se conocen esos ritmos, ni esa puntual rutina que se ve en el campo, donde las cosas suceden como deben suceder y se suceden como deben sucederse. Acá todo es trastorno, y gira uno en el torno tras no se sabe qué...
Regresaré a mi casa campesina, y el carpintero alado me saludará con su matutino toc toc toc.
¡Hasta mañana!...