De labios de mi tía Cochita, queridísima, aprendí las siete obras de misericordia.
"Dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; dar posada al peregrino; visitar a los enfermos; visitar a los presos; enterrar a los muertos".
Me sorpendía siempre -por más que en las obras de misericordia espirituales se nos pide consolar al triste- que no se enunciara una obra de sencilla piedad: acompañar al solitario.
El que está solo, creo, aquel que sufre soledad, padece al mismo tiempo sed y hambre de amor, está desnudo de calor humano, va peregrino por caminos de honda tristeza, está desnudo de males de desolación, es preso de cárceles de sufrimiento y ha muerto para la alegría y para la esperanza.
Una obra de misericordia, de las más bellas, es trabajar en bien de los que están solos ya por haber sufrido la pérdida de un ser querido ya por alguno de los muchos quebrantos de la vida. El mejor modo de curar la propia soledad es aliviar la de otros.
¡Hasta mañana!...