Cada árbol tiene su poeta: los chopos de Machado, el ciprés de Bécquer, los alisos de Goethe...
Hay unos álamos que miro -y que quizá me miran- en el camino hacia el Potrero. El verde que tienen estos álamos es hoy un verde niño; mañana será verde profundo, con la profundidad del alma de los árboles. En fila uno tras otro por la acequia, recortados contra el azul del cielo, semejan peregrinos como los de Santiago, caminantes en busca de la altura.
El poeta de estos álamos es el que los plantó. Seguramente ya no vive, pero vuelve a vivir cada vez que alguien pasa por aquí y ve sus árboles. Nadie conoce el nombre de este sembrador. Pero no importa. Porque no importa el sembrador: importa lo sembrado.
¡Hasta mañana!...