El perro de mi rancho se llama ?Nopisiái?.
En sus días de cachorro se metía en el jardín de las dalias. Y le gritaba doña Lucha:
-¡No pise ?ai!
Luego iba hacia el almácigo donde empezaban a crecer las diminutas plantas del chile, el ajo y la cebolla. Y le gritaba don Abundio:
-¡No pise ?ai!
Y así se le quedó de nombre: el Nopisiái.
Voy por la huerta y el perro va conmigo. De súbito entre las patas le salta un conejito. El Nopisiái corre tras él y lo arrincona contra la barda de la galera grande. No tiene escapatoria el conejito. Ya alarga el Nopisiái patas y belfos para atraparlo. Yo le voy a gritar: "¡Quieto!'', pero no alcanzo a hacerlo. El Nopisiái se frena. Ha visto que el conejo es un gazapo, un asustado conejito niño, y no lo toca. Voltea a verme como en consulta y obedece mi voz de regresar.
Le doy unas palmadas y me quedo pensando por qué nosotros los humanos no respetamos la vida que comienza, si ante ella hasta los perros de rancho se detienen.
¡Hasta mañana!...