No sé si soy guadalupano porque soy mexicano, o si soy mexicano porque soy guadalupano. Ciertamente no soy digno de ese título. Pero el amor de una madre nos hace ir hacia ella aunque no lo merezcamos. Me acerco a la Virgen Morena, entonces, con devoción filial, y le recito los piropos del rosario. Ella me cubre con su manto, un cielo protector lleno de estrellas, y bajo él soy como un niño amparado por el regazo maternal.
Mi corazón será este día un peregrino que va al santuario de la Señora hermosa y le dará las gracias por el don inefable de su amor. Y se repetirá el milagro en mí: del alma aridecida saldrán rosas, y en ella se pintará el prodigio, como en la tilma de Juan Diego se dibujó la imagen de la Madre allá en el Tepeyac.
¡Hasta mañana!...