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Maciel Degollado

Patricio de la Fuente G.K.

“El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”.

Pablo Neruda

Quizá lo recuerdes bien, querido lector. No hace muchos años los periodistas Javier Solórzano y Carmen Aristegui presentaron dentro del extinto programa, Círculo Rojo, el testimonio de varios ex seminaristas que presuntamente habían sido abusados por el Padre Marcial Maciel Degollado, entonces líder moral y espiritual de la ultraconservadora organización de los Legionarios de Cristo. Si bien los entrevistados eran en su mayoría personas respetables, poseedoras de un incuestionable acervo cultural; tanto Solórzano como Aristegui hicieron gala de su objetividad y apego a los cánones básicos del periodismo, pues únicamente se limitaron a presentar los hechos y en ningún momento tomaron partido. Sin embargo, las reacciones posteriores no se hicieron esperar: gradualmente, empresas y anunciantes retiraron su publicidad -algunos por presión, otros por convicción- y al poco tiempo el programa salió del aire. Lo anterior dejó muy claras dos circunstancias: el inmenso poder de la congregación religiosa y la posibilidad de atentar contra la libertad de expresión en pleno tercer milenio. Ojo: Televisa dobló las manos, así que probablemente ahí cupo la corresponsabilidad.

Hoy El Vaticano toma una decisión sin precedentes al obligar a un anciano Maciel al retiro espiritual, así mismo le impide ejercer el ministerio ante las acusaciones de pederastia que desde hace décadas pesan en su contra. Muchos se preguntan por qué pasó tanto tiempo para lograr la justicia y también cuestionan si acaso el castigo no es demasiado benévolo. ¿No es delito grave el que presumiblemente cometió el otrora sacerdote? Y usamos el término “presunto o presumible”, pues la Iglesia Católica no ha presentado los hechos ni las pruebas, dejándonos a todos en un limbo que a la larga puede resultar dañino. Pero entremos en detalles.

Toda institución es regida por seres humanos y de ahí la posibilidad de fallas e imperfecciones. El inolvidable Juan Pablo II pidió perdón por los crímenes que en el nombre de Dios cometió su iglesia durante siglos; también se refirió a los curas pederastas en términos severos y juró que no se toleraría un abuso más. No dudo de la sinceridad de sus palabras y su genuina convicción por frenar la desbandada de católicos decepcionados ante el doble discurso de una Iglesia que puede llegar a ser inclusiva al pretender orientarnos sobre lo que “es o no es pecado” y al mismo tiempo es débil y protege los delitos que dentro de sus filas ocurren a diario. Para ser claros: hoy por hoy existe una serie de intereses en juego -de toda índole- y el caso Marcial Maciel es uno de ellos.

Los Legionarios de Cristo -hechura de Maciel- aportan millones de dólares al Vaticano y ello no se puede pasar por alto. Institución apegada a cánones muy estrictos, el denominado Regnum Cristi o “Los Millonarios de Cristo”, es más conocido por sus excesos y la proliferación de colegios privados que por su obra humanitaria. Conozco a algunas personas que pasaron por sus escuelas -yo fui una de ellas- y como en todo caben dos versiones. Tuve la oportunidad de tratar a verdaderos cristianos de la legión, hombres y mujeres dedicados a hacer el bien, aunque del mismo modo experimenté la forma en que otros reinterpretaban la palabra de Dios.

En mi colegio casi todo era pecado, la confesión y comunión eran obligadas y existían dos clases de alumnos: los ricos -intocables- y los medianones o becarios para los cuales el trato cambiaba radicalmente. El director de la escuela conocía a la perfección el estatus económico de los padres de familia -se dice Los Legionarios cuentan con una base de datos que no tiene paralelo- y clasificaba según sus intereses a los pupilos. Durante la primaria fui educado bajo el temor absoluto a Dios y nunca me fue permitido -tampoco a mis amigos- cuestionar, ir a fondo y entender el porqué de una Iglesia Católica que en la actualidad miro con reservas pero también siento cercana pues sigue siendo el centro o luz de muchas personas que siempre estarán en busca de consuelo. Concibo a la fe como un motor infinito que nos puede llevar a la grandeza. Lo que no tolero son los dobles discursos.

Una cosa es el liderazgo y la otra es tratar de convertir a equis individuo en un mesías. Maciel Degollado podrá haber tenido sus aciertos pero el fanatismo que rodeó su obra fue mal encauzado. Creo en la santidad en vida que requiere de una entrega absoluta hacia el prójimo y que demanda secrecía. Sé de muchos legionarios que calladamente han entregado su vida, su ser y su tiempo a los demás; así mismo me he topado con el ala radical de una congregación que no necesariamente debe condenarse en conjunto por los crímenes de unos cuantos.

Si Marcial Maciel es culpable, entonces debemos exigir hacia él un severo castigo, pues ahora, más que nunca, después de haber platicado con Lydia Cacho entiendo que a un niño abusado le roban cosas que jamás podrán serle devueltas. Si en cambio Maciel es inocente -casi nadie cree en ello- ojalá logre aprender de sus errores. Quiero dejar en claro que en lo personal no siento admiración por ese hombre.

Trataron de hacerme temeroso ante Dios y fallaron en el intento. Quisieron que reprimiese a mi cuerpo y negara mi condición de ser sexual por naturaleza; también fallaron. Hubo esfuerzos encaminados a que viese a “los de abajo” con aires de superioridad; fracasaron. Fueron lejos al buscar impedirme ser un católico crítico; no ganaron. Y quién lo iba a decir, tiempo después me encontré frente a frente con la élite de la Iglesia y adopté como propia su bandera, aquella que reza: “La verdad nos hará libres”.

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