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CALIFORNIA, EU.- Madonna hizo de jinete, de princesa de la música disco, de roquera ataviada de negro y hasta se crucificó al abrir su gira mundial Confessions con un espectacular despliegue de coreografía.
En menos de dos horas, Madonna cumplió una vez más la expectativa de sus presentaciones cargadas de acción en el estreno de Confessions ante un público que abarrotó el auditorio de Inglewood.
Más de una docena de bailarines -que realizó tantos cambios de vestimenta como la misma Madonna- agasajaron a los espectadores con vistosas coreografías.
El enorme escenario en forma de T que fue montado en el Forum destacó por varias plataformas con movimiento que transportaba al grupo musical de cuatro elementos y a tres coristas. Un dispositivo en forma de barra de flexiones que bajó desde lo alto se convirtió en un espacio para gimnastas al estilo del Cirque du Soleil, mientras múltiple pantallas gigantes mostraban destellantes imágenes de guerra, de líderes mundiales, de la naturaleza y, por supuesto, de Madonna.
La producción estuvo tan saturada de coreografías que dejó poco espacio para la espontaneidad y transmitió la sensación de que todo transcurrió con pleno apego al guión, sin sobresaltos. Con tantos movimientos rápidos y destellos, parecía como si fuera un espectáculo ?hecho para la televisión?.
Ataviada con pantalones de montar, un sombrero de copa y una fusta con piedras preciosas, la cantante surgió un espacio balón con diseño de disco cubierto con dos millones de dólares en cristales Swarovski. (Quizá por eso los boletos costaban hasta 350 dólares).
Un grupo de bailarines hizo las veces de caballos con bridas de cuero y bocados. Madonna montó a uno y lo dominó con las riendas mientras cantaba la primera canción, Future Lovers, del disco Confessions on a Dance Floor del año pasado.
La cantante dedicó gran parte del espectáculo a ese disco al interpretar nueve de sus 12 piezas. Las otras nueve melodías de la presentación fueron intercaladas.
Para interpretar Like a virgin, Madonna se subió a la versión kinky de un caballito de carrusel. Parecía una combinación de montura y asiento de motocicleta, de color negro con tachones plateados.
Luego, subió lentamente desde el piso del escenario en una cruz con espejos. Portaba pantalones púrpura, blusa roja y una corona de espinas. Sus pies descansaban en un pequeña plataforma y esposas plateadas retenían sus brazos.
Mientras cantaba Live to tell, de 1986, un contador electrónico corría en lo alto del escenario con los números que representaban a los 12 millones de niños huérfanos por el Sida en África.