La semana pasada Gerardo Sosa fue designado coordinador nacional de encuentros con universitarios, en la campaña del candidato priista Roberto Madrazo.
Debutó ayer en esa función, en su estado natal. Y el resultado no pudo ser más desastroso: después de gritos y porras, pero no a él sino a su rival Andrés Manuel López Obrador, Madrazo tuvo que interrumpir su discurso apenas al comenzarlo, sofocada su voz por la silbatina que lo reprobó. De ese modo, Madrazo debe a esa recepción una marca: la del discurso más breve de su gira, difícilmente superable aunque falten cinco meses de recorridos. Es verdad generalmente aceptada, aun por el propio aspirante priista, que su campaña se orienta en este momento, en el mejor de los casos, a situarse en el segundo lugar de las encuestas de preferencias electorales.
Uno de los motivos de esa posición, inédita en tratándose de un candidato del PRI es la desconexión de los cuadros dirigentes del partido con la realidad que los circunda, por lo que no entienden ni atienden sus señales.
De lo contrario, se hubieran cuidado muy bien de nombrar a Sosa para cualquier función y especialmente para ésa.
Y, por lo tanto, se hubieran cuidado de no iniciar los encuentros universitarios en Hidalgo precisamente. En noviembre pasado, el PRI resintió la derrota más áspera que ha padecido en esa entidad, donde sus candidatos suelen disfrutar las mieles del triunfo. Los comicios municipales efectuados entonces constituyeron un serio revés para el partido antaño invencible. Por primera vez se le otorgó mandato para gobernar menos de la mitad de los municipios. Y si bien conservó el ayuntamiento capitalino, perdió el resto de las principales ciudades, tales como Tulancingo, Huejutla e Ixmilquilpan.
Es verdad que en el resultado favorable sobre todo al PRD, que obtuvo 24 ayuntamientos, contó la presencia de Andrés Manuel López Obrador poco antes de la jornada electoral. Pero también fue un factor la posición de Sosa al frente del PRI.
Su designación como presidente del comité estatal en 2004 obedeció a arreglos nacidos de la sucesión de gobernador, que mostraron sus limitaciones. Como dirigente partidario Sosa fracasó sin lugar a dudas. Convertirlo, no obstante ese antecedente inmediato, en el coordinador de un aspecto importante de la campaña nacional, tuvo ayer su comprensible primera frustración.
En la generación del desaguisado ocurrido a Madrazo tuvo parte la posición declinante y conflictiva de Sosa frente a otros factores de poder, incluido el gobernador Miguel Osorio Chong y acaso este mismo, que fue un diputado muy cercano a Elba Ester Gordillo en la Legislatura que este año concluye sus labores.
Por ello no sería extraño que el alboroto que impidió hablar a Madrazo hubiera sido alentado, aunque no causado, por el activismo magisterial contrario al candidato priista. Gerardo Sosa fue dirigente estudiantil y desde esa posición generó un poder que le ha permitido controlar la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, de la que fue rector formal y en la que mandó sin necesidad de contar con esa calidad antes y después (ahora mismo) de su periodo oficial. Pero sus fallidas aventuras electorales (dos veces pretendió la gubernatura y perdió el poder municipal el año pasado) han debilitado su situación, lo mismo que han hecho que mermen sus relaciones con universidades.
En abril pasado hizo renunciar a su dependiente el rector formal, Juan Manuel Camacho, dizque para que asumiera la secretaría general de la ANUIES. Pero el elegido fue el ex rector de la Universidad mexiquense, Rafael López Castañares. La primera línea del discurso de Madrazo seguramente colmó la impaciencia de quienes habían sido llevados contra su voluntad desde instalaciones universitarias hasta el Lienzo Charro y concentrados allí cuatro horas antes de la llegada del candidato.
Dijo Madrazo que le daba mucha alegría “estar en una universidad plural, democrática, de vanguardia”. Y no pudo seguir porque el público, que sabe que la UAEH no corresponde en modo alguno a esas características, se lo echó en cara ruidosamente. Mil señales en la vida cotidiana de la universidad hidalguense corroboran que es todo, menos una institución plural y democrática.
Está en curso un sobresaliente caso que lo muestra de modo fehaciente e inequívoco. Hace tres semanas fue despedido de su cargo de coordinador de Ciencia Política en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad un prestigioso investigador, el doctor Pablo Vargas, miembro de esa institución hace más de dos décadas e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.
Si se le hubiera cesado en sus funciones por un motivo académico, por un rendimiento deficiente, por ausentismo, el suceso hubiera sido deplorable pero comprensible. Pero sin causa justificada (tanto que no le ha sido expedido documento alguno donde conste la decisión y se la explique) simplemente se le arrojó fuera de su oficina.
Se le susurró que “no cabe en el proyecto del director del Instituto, Adolfo Pontigo”. Pero como éste no da la cara no es posible saber la causa del despido. Cuando la semana pasada Sosa figuró en la lista de los coordinadores designados por Madrazo, tuve la impresión que éste mantiene un fuerte compromiso con el ex líder estatal, o ignora de quién se trata o, sabiéndolo, busca que lo ayude en su propósito de no ser presidente de la República.
Aunque parezca absurdo, eso parece. Y con Sosa lo conseguirá.