Rafael Márquez define con exactitud el concepto del líder. El capitán mexicano no por nada es indiscutible en la zaga del Barcelona, campeón de clubes de Europa, pero en la selección mexicana, el llamado Káiser de Michocán es más: Es la fuerza del equipo.
Cumplir su función de central en la última línea mexicana sería demasiado poco para la clase del playera cuatro de los verdes.
NÚREMBERG, ALEMANIA
EL UNIVERSAL-AEE
Márquez es un dínamo que barre, cabecea, grita, ordena. El mariscal de campo que La Volpe tiene a su cargo. Porque hay que tener de verdad mucha clase para desempeñarse como defensa, donde las barridas y los choques son el pan de cada minuto y sin embargo no cometer una sola falta, al contrario, Márquez recibió tres y no fue sancionado en ninguna de sus acciones.
No es todo, ayer corroboró que su terreno de dominió no se limita al frente del arquero.
Fue en el complemento cuando pudo exponer lo mejor de su repertorio.
A los tricolores le faltaba fluidez en el juego y La Volpe no lo pensó dos veces, decidió adelantar la posición de Rafa Márquez al centro del campo para que de sus botines saliera todo el surtido ofensivo del que tanto había carecido México durante la primera mitad.
Por eso no fue extraño, sobre el minuto 57, verló rodar por el césped empujado por un jugador de Irán justo antes de la raya de meta oponente. Márquez no sólo repartió, sino que taladró y dio profundidad.
Si durante el cotejo nunca falló, al final del partido completó tampocó olvió completar su tarea moral.
Rafa se dirigió hacia Oswaldo Sánchez para fundirse en un fuerte abrazo con el cancerbero. Era el indicado para alzar la voz y decirle que el triunfo iba dedicado para él y por supuesto, a su padre, quien falleció unos días antes.
No hay duda. Rafael Márquez enseñó que el distintivo de capitán en la selección mexicana, tiene presencia, autoridad, fuerza, clase, pero sobre todo, está en buenas manos.
