“Es difícil hacer que alguien entienda algo cuando su empleo depende de que no lo entienda”.
Upton Sinclair
Los dirigentes sindicales franceses nunca quisieron establecer una alianza con el movimiento estudiantil de mayo del 68. Hoy, sin embargo, se han apresurado a establecer un acuerdo con los líderes estudiantiles. Y es que se dan cuenta que, aunque la nueva legislación laboral francesa ayuda a los jóvenes, afecta los intereses más perversos de los sindicatos. Francia tiene un enorme problema de desocupación. En enero su tasa de desempleo fue de 9.6 por ciento, lo cual es casi el doble del cinco por ciento de la Gran Bretaña. La cifra oficial general, sin embargo, no registra toda la gravedad del problema.
El gobierno francés paga una serie de incentivos artificiales para generar empleos, como un subsidio de mil euros (unos 13 mil pesos) a la persona que acepta un empleo después de un periodo largo de desocupación.
Ha establecido además enormes barreras para el despido. Aun así, el desempleo en Francia entre los jóvenes de menos de 25 años alcanza el 22 por ciento. Y entre los jóvenes negros y árabes se eleva por arriba del 40 por ciento. Este vertiginoso nivel fue una de las razones de los disturbios de fines del año pasado en que bandas de jóvenes, principalmente negros y árabes, quemaron automóviles y asaltaron comercios en los suburbios de París y otras ciudades francesas.
La razón por la cual el Gobierno del primer ministro Dominique de Villepin impulsó el contrat première embauche, o contrato de primer empleo, que facilita el despido de los menores de 26 años en sus dos primeros de empleo, es precisamente para enfrentar este problema. Muchos franceses, acostumbrados al populismo de sus gobiernos, no entienden por qué facilitar el despido de los jóvenes pueda ser una solución para el gravísimo problema de desempleo del país. Pero la razón es muy sencilla. La razón por la cual el desempleo en Francia es el doble que en la Gran Bretaña es porque en Francia es mucho más difícil, y mucho más costoso, despedir a cualquiera. Los patrones sólo contratan a nuevos trabajadores cuando realmente no les queda otra.
En los casos de trabajadores especializados que pueden hacer una aportación importante a la empresa las contrataciones se vuelven inevitables. Pero el costo de emplear a trabajadores jóvenes, muchas veces con una educación deficiente, cuando el despido es tan costoso simplemente no vale la pena. Los procesos que éstos pueden llevar a cabo, los realizan máquinas o trabajadores en China o México a una fracción del costo.
Permitir que los patrones puedan despedir a trabajadores de menos de 26 años sin tener que dar una explicación y con una indemnización inferior a la de los trabajadores de más experiencia, no abrirá como por arte de magia el rígido mercado laboral francés, pero cuando menos hará más rentable el hacer ciertas contrataciones. Por otra parte, hay la esperanza de que cuando menos algunos de esos empleos de primer ingreso se transformen, al cabo de dos años, en trabajos permanentes con todas las generaciones prestaciones que otorga la legislación francesa.
Algunos líderes estudiantiles franceses, sin embargo, vieron en estos nuevos contratos una oportunidad política. En principio parece una valiente bandera el exigir que los jóvenes tengan los mismos derechos que los mayores de 26 años.
Los sindicatos se han unido a la rebelión porque viven precisamente de mantener un control artificial en el ingreso a los empleos y por lo tanto no les conviene que los jóvenes encuentren trabajo con mayor facilidad. Los políticos de Oposición, mientras tanto, se benefician de destruir la reputación del primer ministro De Villepin, quien hasta hace algunos meses era considerado uno de los favoritos para reemplazar a Jacques Chirac como presidente de Francia en el 2007.
La verdadera solución al problema del desempleo en Francia, por supuesto, no consiste en facilitar el despido de los trabajadores de menos de 26 años sino en flexibilizar todo el sistema laboral de ese país. Pero eso parece imposible. Los franceses piensan que de alguna manera la globalización económica desaparecerá si ellos hunden muy profundamente la cabeza en la tierra.
Por eso el Gobierno está interviniendo para impedir cierres de fábricas o ventas de empresas a inversionistas extranjeros y por eso también los electores franceses votaron en contra de la nueva Constitución europea. Lo único que están logrando, sin embargo, es debilitar a la economía francesa y preparar el escenario para una declinación gradual pero inevitable en el panorama económico mundial.
RIGIDEZ LABORAL
La rigidez del mercado laboral se traduce en un alto desempleo en Francia mientras que en México se refleja en un elevado nivel de subempleo. No se están creando en nuestro país empleos formales permanentes. Casi todos los jóvenes están entrando a trabajar en la economía informal o en empleos temporales. México, como Francia, necesita una reforma laboral a fondo que reduzca los excesivos costos laborales distintos al sueldo y que facilite el despido. Esto, paradójicamente, generará más y mejores empleos.
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