En el mes de noviembre de 1985, un hombre de color, llamado Thomas Miller fue acusado injustamente de matar a un empleado de un hotel en Dallas, Texas. Thomas ni siquiera estaba el día del asesinato en esa ciudad, sino que se encontraba en Houston, donde residía, a cientos de kilómetros de Dallas. Días después del crimen, un grupo de agentes de ?operaciones especiales?, llamado Swat, acorraló a Thomas en un callejón de la ciudad de Houston y le disparó varios tiros en la espalda. Tras pasar dos semanas en el hospital, sin ninguna esperanza de recuperación, comenzó el juicio de Thomas. Uno de los abogados de oficio, candidato a fiscal de Dallas, utilizó el proceso para enfrentarse políticamente a su rival. Todos los miembros del jurado, menos uno, eran de piel blanca.
Durante el juicio, las heridas de Thomas se infectaron, contrajo pulmonía en dos ocasiones y el juez le confiscó los calmantes acusándolo de ?introducir drogas en la Sala de Tribunales?. Fue condenado a morir con una inyección letal.
Su mujer también fue juzgada por el mismo crimen y condenada a cadena perpetua tras negarse a testificar contra su marido. Fue puesta en libertad seis años más tarde, después de que un tribunal determinara que su detención fue arbitraria y su juicio no había sido justo. Desde entonces trata de recaudar dinero para conseguir un abogado que provoque la revisión del caso de su marido antes de que sea ejecutado injustamente.
Éste es uno de los miles de casos que suceden alrededor del mundo y que al darnos cuenta de su existencia, sentimos enojo, rabia e impotencia, sobre todo porque es muy poco lo que podemos hacer para remediarlo. Posiblemente nunca antes, la humanidad ha sido tan consciente de la necesidad de justicia, como en el presente. Por doquier observamos verdaderas violaciones a los derechos humanos, abusos de los poderosos que dirigen las grandes naciones del mundo, y provocan guerras para apoderarse de territorios y de bienes que no les corresponden, sin importar las vidas que cueste hacerlo.
El odio entre las naciones se ha recrudecido como un reguero de pólvora por culpa de un hombre que se imagina haber sido enviado por Dios para ser presidente de los Estados Unidos. Un hombre que está convencido de tener autorización legal para matar, a pesar de ser cristiano, de hablar constantemente de valores y de acudir a misa los domingos.
Cuando aparecieron las primeras fotografías de abusos y torturas de prisioneros iraquíes en todas las televisoras del mundo, el presidente Bush defendió al directamente responsable Donald Rumsfeld, que en ese entonces tenía el cargo de secretario de defensa, diciendo: ?es un valiente líder en la guerra contra el terrorismo, que ha hecho un soberbio trabajo y que el país le debe toda su gratitud?. Como podemos observar, se trata de una nefasta camarilla que ha controlado el mundo para beneficio de sus propios intereses y que pisotea a los débiles para conseguir sus objetivos. Como la justicia de Dios es lenta pero segura, la semana pasada, un grupo de valientes abogados alemanes ha demandado a Donald Rumsfeld (que ahora es afortunadamente un ciudadano común y corriente), para que sea castigado por haber cometido crímenes contra la humanidad en Irak. Como muchos altos dirigentes del mundo están coludidos y comprometidos con el Sr. Bush, es probable que su demanda no prospere, pero ellos están dispuestos a presentarla en Italia, en Francia, en España o en cualquier otra parte del mundo, con tal de que se castigue a uno de los culpables de tantas atrocidades que se cometieron contra los prisioneros y contra las familias iraquíes.
El actor estadounidense Robert Redford comentó que el gobierno del presidente George W. Bush ?es una desgracia y el peor de los últimos que han pasado por la Casa Blanca?. ?El actual gobierno es una desgracia ?entre otras cosas- desde el punto de vista ambiental porque está completamente amarrado a los intereses de la industria y del petróleo, sin importar ensuciar nuestras aguas y nuestras tierras?. ?Este gobierno se enrolla en la bandera americana y manipula a la opinión pública para que sus iniciativas parezcan una cuestión de patriotismo?. Cuando a un presidente de los Estados Unidos ?como sucede actualmente- no le importa la ecología, el mundo se deteriora en un grado mayor. Se pierden bosques y selvas, se extinguen especies, se trastorna el clima por la contaminación de las industrias, y nadie hace absolutamente nada para remediarlo.
¿Hasta cuándo hará justicia Dios a los que sufren? ¿Cómo y cuándo volverá la paz a los corazones angustiados? ¿Cómo y cuándo se apiadará Dios de los millones que padecen opresión? Son muchas las naciones que permanecen calladas porque les conviene a sus intereses económicos hacerse los sordos, a pesar de saber que la guerra contra Irak ha sido irracional e injusta desde sus orígenes. Un millón de iraquíes y tres mil soldados norteamericanos han muerto, desde que se inició la guerra de Irak. ¿Quién va a responder ante Dios y ante la historia por la sangre de inocentes derramada y por los costosos errores cometidos? Es probable que el odio se conserve durante varias generaciones y que esto traiga consecuencias graves para toda la humanidad.
La bienaventuranza que ahora nos ocupa: ?Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados?, es un grito de esperanza, que a pesar de todas las cosas horribles que estamos viendo, nos anima a esperar que los anhelos y sacrificios de esa pobre gente por conseguir justicia, alcanzarán algún día su objetivo. Todo se ha complicado tanto, que lo único que podemos esperar es que tal promesa la cumpla quien la hizo... En estos momentos recuerdo las palabras que pronunció el Papa Juan Pablo II cuando se enteró que había dado comienzo el ataque salvaje y sin motivo sobre la nación iraquí. Él dijo: ?los que iniciaron esta guerra habrán de enfrentarse tarde o temprano a la ira de Dios?.
La verdadera justicia de la que debemos de tener ?hambre y sed?, no es la justicia falsa, hipócrita e interesada de este mundo, representada por el poder de unos cuantos que poseen fuerza, influencias, poder, armas y dinero. Lo que debemos esperar es la justicia Divina, que finalmente pondrá a cada uno en su lugar y corregirá injusticias e impartirá castigos.
Las bienaventuranzas, si las miramos con la mentalidad humana de nuestro mundo actual, puede producir en nosotros una especie de conflicto interior imposible de resolver, que nos inclina a vivirlas con una actitud moralista, con matices de heroísmo, es decir, como obligaciones que no entendemos cómo hacer realidad, y sin embargo, nos sentimos obligados a cumplir. La escasa felicidad que el mundo nos ofrece, parece contraria a la propuesta de felicidad que Jesús proclama.
La verdad es que las bienaventuranzas que Jesús pronunció en el Sermón de la Montaña -frente al hermoso lago de Genesaret, podemos entenderlas y aceptarlas como un reto y una dulce promesa para nuestra vida en el Reino. Cuando el Señor dijo en voz alta las bienaventuranzas, formuló el espíritu nuevo que había venido a traer a la Tierra; un espíritu que constituía un cambio completo de las usuales valoraciones humanas, como las de los fariseos, que veían en la felicidad terrena la bendición y premio de Dios y, en la infelicidad y desgracia, el castigo. Jesús propone otro camino distinto. Exalta y beatifica la pobreza, la dulzura, la misericordia, la pureza y la humildad: ?Bienaventurados los que parecéis perdedores, porque en realidad sois los ganadores?.
Para cumplir con las bienaventuranzas, necesitamos abandonarnos en Dios. No se debe tener al rico por dichoso sólo por sus riquezas, ni al poderoso por su autoridad y dignidad; ni al fuerte por la salud de su cuerpo; ni al sabio por su gran elocuencia. Todas estas cosas son instrumentos de la virtud para los que las usan rectamente; pero ellas, en sí mismas y sin Dios, no contienen la felicidad. ?¡Oh vosotros que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los que estáis perseguidos por la justicia, vosotros sobre los que se calla, vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo; sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; sois los hermanos de Cristo paciente, y con Él, si queréis, salváis el mundo?.
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