(Un testimonio de vida)
En una reunión familiar, Charles de Foucauld, brillante oficial del ejército francés, relata dramáticas hazañas de su expedición a Marruecos. De pronto, una sobrinita se aproxima al militar, y le pregunta: -Tío, has hecho para Francia tantas cosas maravillosas. ¿Y para Dios qué has hecho?
El gran explorador del desierto africano queda sin palabras y pensativo durante toda la tarde. La pregunta le ha quitado la paz y la tranquilidad que imaginaba tener. Antes del anochecer, se pregunta: ¿Qué he hecho por Dios? Y de inmediato se responde: Nada.
La experiencia de la piedad musulmana que conoció en el desierto durante sus expediciones, había producido una impresión indeleble en Charles, el cual se sentía cada vez más atraído por la religión que profesara en su juventud. Él lo describió con estas palabras: ?Mi contacto con esta religión (el Islam) y la experiencia del alma que vive siempre en la presencia de Dios, me ayudó a entender que hay algo más grande y más real que los placeres de este mundo?. Desde el momento de su conversión, en octubre de 1886, Charles de Foucauld se sintió empujado por un poderoso sentido de vocación ?el sentido de que había sido llamado por Dios con una misión y un propósito únicos.
Al día siguiente, Charles busca a un viejo amigo de estudios, el Padre Huvelin. Platica largamente con él, le comunica sus inquietudes, se confiesa, comulga y pide luz. Finalmente deja sus aventuras amorosas y su exitosa carrera militar, para consagrarse a Dios.
Durante varios años permanece como huésped en varios monasterios, orando y meditando. Posteriormente ?para imitar mejor a Jesucristo- llega a vivir en Nazareth, Palestina. Sin embargo, un día, su profunda oración es interrumpida por llantos y lamentos. En la casa contigua, un musulmán agoniza en la más espantosa de las miserias. En esos momentos, Charles de Foucauld compara su propia vida con la de Cristo, y se pregunta: ¿Tengo derecho a aislarme yo solo con Dios, mientras mis hermanos mueren desesperados? En esos momentos toma la importante determinación de convivir con los musulmanes que le rodean, y ser amigo de todos aquéllos que no tienen amigos.
De inmediato se traslada al desierto del Sahara en el África y pasa varios años de su vida totalmente identificado con los habitantes de la escabrosa región llamada Hoggar (una meseta estéril rodeada de espectaculares montañas volcánicas, en lo más profundo del desierto). Charles estaba encantado con el completo aislamiento de la región y con sus misteriosos habitantes, los tuaregs. Eran un pueblo seminómada, famoso por su ardor en la batalla. Si se instalaba allí, sería el único sacerdote en una distancia de sesenta días de viaje por el desierto. La atracción era irresistible.
De día, el sol brillaba sin piedad, con temperaturas que llegaban a los 50 grados centígrados. Por la noche, el termómetro podía bajar hasta los cuatro grados, mientras el firmamento estaba iluminado por un mar de estrellas. Con el tiempo, Charles llegó a conocer ese cielo con tanta precisión que podía viajar mejor de noche que en pleno día.
Para vivir eligió un lugar que no estaba al alcance de la vista de sus vecinos y se construyó una casa de piedra y carrizo. Siempre esperó la llegada de compañeros, y por eso edificó un refectorio, un locutorio y una serie de celdas, todas ellas de las mismas dimensiones claustrofóbicas. En el centro de la construcción había una lámpara y detrás de ella un sagrario. En sus cartas, llenas de reflexiones espirituales, aparecía una y otra vez el lastimero llamado a sus amigos: ?Sólo lamento que aún estoy solo... traten de enviarme algunos hermanos... me complacería tanto tener un compañero que pudiera llegar a ser mi sucesor...?. Pero éste no llegaría nunca.
Los años pasan, y Foucauld envejece. El rechoncho y joven cadete ha dado paso a una flaca figura de mediana edad, con barba, casi calvo, con la piel ennegrecida por el sol. Desde el momento de su llegada, se esforzó por aprender la lengua Tuareg. El fruto de su estudio quedó recogido en un gran diccionario Tuareg, un manuscrito concluido poco antes de su muerte y hallado después entre sus papeles. Por lo demás, fue una vida que transcurrió con pocos signos de logros externos.
Tenía poco que ofrecer a los nativos del desierto, aparte de su amistad, sus cuidados y algunas medicinas. Pero, una vez que ellos superaron la sospecha inicial frente a ese forastero extraño que había viajado desde un lugar tan lejano para compartir su pobreza, Charles fue aceptado por la gente de Tamanrasset. Desde allí, gracias a los antiguos cauces de comunicación entre los beduinos, su reputación se extendió por todo el Hoggar.
Aparentemente la vida de Charles de Foucauld ?soldado, explorador, monje y, finalmente ermitaño en el desierto- fue improductiva, inútil y desperdiciada. Según los criterios convencionales terminó siendo un fracaso, pero no fue así.
Al caer la noche del uno de diciembre de 1916, mientras Charles de Foucauld ora en su ermita de Tamanrasset, en el desierto sahariano de Argelia, oye cómo llaman con insistencia a la puerta. Foucauld, el único sacerdote católico en un radio de cientos de kilómetros, era conocido como ?el Marabú? o santo varón. Esto constituía una muestra de respeto por parte de sus vecinos tuaregs, los cuales, como devotos musulmanes, respetaban la piedad y las buenas obras del francés, aunque no se sentían tentados a abrazar su fe.
Su puerta estaba abierta para prestar servicio a todo aquél que lo pidiese, pero últimamente le habían advertido que los rebeldes tuaregs, empujados por una hermandad de fanáticos musulmanes, podrían estar esperando una oportunidad para descargar un golpe contra ?los infieles franceses?. Por eso había fortificado su eremitorio y no abría la puerta mientras no averiguaba quién estaba llamando.
El que tocó la puerta en esa ocasión, se identificó como el cartero. En realidad era un miembro de la tribu del lugar, conocido de Charles, que había aceptado un soborno a cambio de traicionarlo. Confiadamente, Charles desatrancó la puerta y extendió la mano, pero otras manos le sujetaron con violencia. Los rebeldes entraron y le ataron los brazos. Mientras algunos de ellos lo sujetaban para interrogarlo, otros buscaban objetos de valor en el eremitorio. Charles no respondió a sus preguntas, sino que se limitó a orar en silencio, mientras un muchacho de quince años apretaba un rifle contra su sien. Cuando habían pasado veinte minutos, se escuchó el ruido de dos camellos que se aproximaban. Charles empezó a moverse. El muchacho perdió la serenidad y le atravesó la cabeza de un disparo. De inmediato los asesinos huyeron después de saquear sus pertenencias. Sobre la arena quedó tirado y lleno de sangre su diario con frases saturadas de hermosa espiritualidad, así como también el diccionario que escribió para poder entenderse con sus hermanos los tuareg. A pesar de su muerte prematura, su presencia en el desierto sirvió de levadura evangélica para muchos hombres y mujeres que años después fundaron las congregaciones de los ?Hermanos de Jesús? y las ?Hermanitas de Jesús?. Gracias a estas congregaciones, el espíritu de Foucauld ha llegado hasta los lugares más alejados del mundo. En el momento de su violenta muerte no había publicado ninguno de sus escritos espirituales, ni había fundado congregación alguna, ni había conseguido atraer a ningún seguidor. Ni siquiera podía afirmar que había sido el responsable de una sola conversión. Sin embargo, con el paso del tiempo, para muchos, se ha convertido en una de las principales figuras espirituales del siglo XX. Su gran mérito ha sido el reinventar la ?Imitación de Cristo? de una manera adecuada a las necesidades de su tiempo; de ese modo, invita a otros a leer el Evangelio de una forma diferente. Para seguir a Cristo -en su juventud- renunció a la exitosa carrera militar que le dio fama entre la gente, a los premios que le otorgó la Sociedad Geográfica Francesa, a la enorme fortuna que su familia le había heredado, a su amante llamada Mimí que le inquietaba mucho, y a todas aquellas aventuras expedicionarias que le proporcionaron una gran descarga de adrenalina. Charles de Foucauld, se perdió en el anonimato en una de las regiones más inhóspitas y peligrosas de la Tierra, sirviendo a los que menos tienen y que van por la vida sin descubrir la importante misión que el Señor ha depositado en su alma. Finalmente fue traicionado igual que su Maestro. Para conocer un poco de su pensamiento espiritual que ahora nos enriquece, voy a mencionar una de sus frases: ?Ya no quiero un monasterio, porque es demasiado seguro. Quiero un pequeño eremitorio, como la casa de un trabajador pobre que no sabe con seguridad si mañana encontrará trabajo y pan y que participa con todo su ser del sufrimiento del mundo?.
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