En las últimas semanas son muchos los que se han suicidado. La sociedad entera se conmociona cada vez que se da cuenta por los medios de comunicación que "una persona más se ha privado de la vida". Los motivos que tuvieron para cometer ese terrible acto pueden ser muchos, pero ninguno lo justifica. Dios nos da la vida y es el único que puede marcar el instante preciso en que morimos.
Se puede caer en la depresión a cualquier edad, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza. Lo sorprendente es encontrar personas deprimidas a pesar de tener familia, salud y dinero. Particularmente en estos casos la gente no se explica ¿por qué determinada persona se dio un balazo, o por qué se ahorcó, o por qué se envenenó? La sorpresa es mayor cuando alguien conversó con ese hombre o con esa mujer -tan sólo un día antes, sin haberle notado algo extraño... La soledad, los problemas conyugales, los económicos y los relacionados con la salud, son las principales causas que provocan los suicidios, sin embargo -como dije anteriormente-, se han presentado casos en los cuales no existían esos factores. En ciertas etapas de la vida nos sentimos que valemos poca cosa, que no tiene sentido seguir adelante y continuar luchando, y es cuando llevamos el riesgo de tomar una fatal determinación. Los noticieros nos ofrecen diariamente una gran cantidad de información negativa y nos dan a entender que el mundo se destruye, que todo es catastrófico, violento y superficial. Solamente el uno por ciento de la información es amable.
A pesar de todo, la vida es hermosa y vale la pena que la vivamos hasta el último instante. Cada vez que nace un niño o una niña, es porque la esperanza aún vibra en la atmósfera que respiran. Y esa esperanza también es para nosotros a pesar de los achaques que tengamos, de la pérdida de memoria, del abandono de los nuestros o de la inseguridad en que vivimos. La esperanza es como un globo inflado con gas que tenemos atado a las manos y que no debemos permitir que se nos escape. Es como un rayo de luz que vemos a lo lejos y nos ayuda a no perdernos en la oscuridad.
Cuando captamos todo lo malo que existe en el mundo, nos damos cuenta que tenemos una gran urgencia de Dios que no hemos satisfecho. Estamos gritando en voz alta que padecemos un vacío enorme que no lo podemos llenar con las vanidades de este mundo. Las guerras, el abuso de poder, los secuestros, las traiciones y los asesinatos nos hablan de esa ausencia que llevamos en el alma. Millones de personas se mueven de un sitio al otro permaneciendo inconformes a pesar de que aparentemente disfrutan de la vida. En nuestra ciudad debería de existir un grupo de apoyo para todas esas personas deprimidas que se encuentran en la cuerda floja debido a su tendencia al suicidio. Guías espirituales dispuestos a cuidarlas y acompañarlas, ayudándoles a vivir la vida de la gracia, de la fe y del espíritu que hay en ellas. El deprimido debe ser evangelizado depositando en su alma a Cristo como levadura de curación en su vida, para que cambie por completo su existencia deteriorada.
Los familiares sufren cuando uno de los suyos está afectado de depresión. Sin embargo por otra parte son éstos los mejores terapeutas para el deprimido. Escuchar, comprender, animar, valorar siempre a la persona, ayudarle a participar, hacerle ver que uno se siente a gusto a su lado y darle actividades relacionadas con el servicio a su prójimo, son tan sólo algunas de las cosas que se pueden hacer con todo aquél que se encuentra en los abismos de la depresión y el desaliento.
No podemos permanecer indiferentes cada vez que nos enteramos de una muerte más, que como epidemia nos está golpeando. Existen evidencias muy claras de que una vida espiritual rica tiene un importante impacto positivo en la salud física y psicológica de las personas. ¡Ay de aquél que no ve una meta en su vida, que no descubre algo sobrenatural en su existencia, y que ya no tiene nada que esperar de los años venideros... porque ya no cuenta con algo de dónde aferrarse!
Otro elemento que trae consigo la problemática de la depresión son los conflictos de conciencia. Es importante acompañar a esas personas con humildad en su viaje a través de los infiernos y purgatorios privados, para rescatarlos de ese sufrimiento que su pasado les acarrea, y sobre todo para que se perdonen a sí mismos. Levantemos su lámpara para que puedan ver y ampliar su horizonte y así reconozcan las posibilidades que no percibieron con anterioridad.
Es cierto que los atardeceres de algunas estaciones del año son especialmente tristes y melancólicos, pero si esperamos unas cuantas horas más, descubriremos en el horizonte un nuevo amanecer radiante de luz y esperanza. Tal vez algunos no tuvieron la suerte de sentir en su niñez la tierna caricia de una madre o el apoyo amoroso de su padre. Tal vez no tuvieron un solo día de tranquilidad económica ni paz espiritual por tanto problema que les tocó vivir, pero la vida está llena de bendiciones adicionales que podemos descubrir, tomando en cuenta que la semilla de Dios germina en todos los corazones dispuestos a recibirlo. No endurezcamos nuestro espíritu negándonos a recibir la gracia de Aquél que nos amó desde un principio y desea lo mejor para nosotros. No destruyamos ese cuerpo que es templo vivo del Espíritu Santo y que el Señor creó con tanto amor para acompañarlo de un alma que será eterna. No adelantemos el día y la hora que el Señor de la vida tiene destinado para cada uno de nosotros.
En estos momentos millones de personas enfermas en todo el mundo están haciendo todo lo posible para salir adelante. No es posible que en un arranque de tristeza y desesperación, algunos que tienen salud opten por privarse de la vida.
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