Durante el mes pasado, los periódicos dieron a conocer una serie de suicidios que consternaron a la sociedad entera. Cada vez que me enteraba de que una persona más se había privado de la vida, me decía a mí mismo que "de haberme dado cuenta con anterioridad de que eso iba a suceder, habría intentado hacer algo para evitarlo". Pero, cuando me enteraba de cada caso en particular, ya era muy tarde, porque el hecho estaba consumado. Sin embargo, la semana pasada leí la noticia de que un reo en el Cereso intentó suicidarse por segunda vez y que había fallado en su propósito. Eso me llamó la atención, y más aún porque después de herirse a sí mismo en el abdomen, le aseguró al Ministerio Público que no desistiría en su intento por quitarse la vida.
Ese mismo día hablé por teléfono con mi amigo Silvestre Faya y le expuse el problema. De inmediato aceptó acompañarme el domingo siguiente que era día de visita para conversar con Agustín Gil Muñoz, alias "El Tin", de 24 años de edad, que primero se había ocasionado una herida en la muñeca izquierda con una navaja de rasurar, y días después se perforó el costado derecho del estómago. Todo esto lo hizo por los muchos problemas familiares que tiene. Está sentenciado a seis años, cuatro meses y quince días de prisión por haberse robado con violencia una esclava de oro.
Eran las nueve y media de la mañana de ese domingo cuando llegamos al Cereso. Pasamos todos y cada uno de los filtros donde se revisa minuciosamente a los visitantes. Desde hace mucho tiempo ansiaba volver a recorrer esos pasillos y esos jardines que muchos detestan por estar encarcelados, pero que a mí me transforman y me ofrecen paz espiritual que no siento en ningún otro sitio. Una vez más constaté que allí se encuentra todavía el espíritu del Padre Manuelito -Apóstol de los presos y bienhechor de sus familias. Son muchas las personas que aún trabajan en el mismo apostolado que nuestro querido sacerdote les marcó antes de partir a la vida eterna. Uno de ellos es Gerardo Garza, que con mucha entrega y entusiasmo, dirige Pastoral Penitenciaria, auxiliando espiritual y materialmente a los internos que se encuentran en desgracia, consiguiéndoles fianza cuando existe la posibilidad de que salgan de la cárcel. Son personas que dedican varias horas a la semana para ayudar a los que se encuentran privados de su libertad. Al hacerlo, no tienen temor de que los identifiquen con Jesucristo, y son fieles a sus enseñanzas.
Recuperándose de las heridas que se había causado, en la enfermería encontramos al preso con el cual queríamos platicar. El enfermero a cargo nos dijo que allí mismo se hallaba otro reo que padecía una mayor depresión que la que tenía el que originalmente buscábamos. Nos dijo que éste, en cualquier momento, podía privarse de la vida, y que estaba encarcelado por haberse robado una botella de vino. Aprovechando que estábamos allí, sacamos de la enfermería a los dos y los llevamos a un pequeño salón adjunto a la capilla que el Padre Manuelito construyó hace varios años con mucho amor y sacrificio. Sentados frente a una mesa platicamos con ambos. Les hicimos ver que estábamos en ese lugar especialmente para hablar con ellos, porque nos dolía que hubiesen intentado quitarse la vida. Les comenté que de haberse suicidado, en estos momentos serían únicamente un número más dentro de las estadísticas que llevan las autoridades de la ciudad... y el mundo habría continuado su marcha.
Les resalté que Dios nos da la vida y es el único que puede arrebatárnosla. Todos tenemos por lo menos un día verdaderamente difícil que debemos afrontar en la vida. Es un día que nos estremece porque sentimos que el mundo se desmorona encima de nosotros. Y ése es el que ellos están padeciendo en estos momentos. Permanecer a su lado unos minutos para reconfortarlos y darles esperanza era primordial para que no volvieses a intentar quitarse la vida. Su pobreza material, sus remordimientos y su lejanía con la familia, los está matando.
Les hicimos ver que ninguna situación, por complicada que sea, es para siempre. Comenté que algún día saldrán de la prisión y verán las cosas diferente; su tristeza se tornará en alegría, y su depresión en optimismo. Si consiguen pasar la dura prueba que la vida en estos momentos les exige, habrá un futuro mejor para los dos. Finalmente nos prometieron que no volverían a intentar hacerse daño. Uno de ellos, el que no habíamos ido a buscar, lo vimos llorar una y otra vez como queriendo sacudirse todo el peso que llevaba encima. No sabemos si cuando transcurran los días y lleguen las noches de terrible soledad para ellos, cumplirán su promesa. ¡Cómo nos hace falta el Padre Manuelito para que nos auxilie en estos casos tan difíciles...!
Cuando nos despedimos de ellos, en el ambiente reinaba una vez más la esperanza. Al igual que en otras ocasiones, en los patios del Cereso no pude encontrar secuestradores ni asesinos, defraudadores ni ladrones, únicamente descubrí en esos rostros a seres humanos que imploran de Dios misericordia y un poco de amor de sus semejantes.
Esa noche se me fue el sueño y batallé mucho para dormir porque volví a recordar lo sucedido en la cárcel. Pensé una y otra vez que Nuestro Señor Jesucristo había venido a este mundo para darnos vida en abundancia, y al menor contratiempo intentamos arrebatarnos la existencia. Necesitamos con urgencia que nuestros guías espirituales inculquen una y otra vez en la población "el amor a la vida", para que no perdamos la esperanza cuando la frustración y el desaliento inunden nuestra alma.
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