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Más Allá de las Palabras / EL PODER DEL PERDÓN

Jacobo Zarzar Gidi

?El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido?.

Lucas 19, 10.

Hace varios años, me platicó un sacerdote Legionario de Cristo, que en cierta ocasión cuando él se encontraba en la ciudad de San Luis Potosí, se hospedó en un hotel, porque aún no contaban los religiosos de aquella entidad con una casa especialmente adaptada para ellos. Esa noche, antes de dormir, sintió un fuerte impulso de hacer oración en una capilla, pero titubeaba, porque ya pasaban de las nueve de la noche y las iglesias se encontraban lejos del hotel donde se había registrado para descansar. Durante varios minutos permaneció indeciso, pero finalmente su espiritualidad venció y salió a la calle, abordó su automóvil y se dirigió en busca de la iglesia más cercana. Avanzando en la oscuridad de la noche y en la soledad de la carretera, utilizó aquellos minutos que siempre son valiosos, para hacer oración. Repentinamente observó -gracias a la luz de sus faros- que un par de zapatos estaban tirados en la carpeta asfáltica. Eso le extrañó bastante pero continuó su camino. Después miró a unos cuantos metros de distancia una chamarra que también se encontraba sobre la carretera. Bajó la velocidad, y sorpresivamente descubrió el cuerpo de un hombre que acababa de ser atropellado. Descendió del automóvil y se aproximó al desconocido que estaba agonizando. Por los golpes recibidos no podía hablar, y eran pocos los minutos que le restaban de vida. Se inclinó a su lado, lo tomó de la mano, lo reconfortó, y sin perder un segundo más de tiempo, gritando le dijo: ?Soy un sacerdote católico, ¿te arrepientes de todos los pecados que hayas cometido en tu vida? El clérigo se dio cuenta que en verdad era muy difícil que aquel hombre pudiese contestar su pregunta, pero no perdía las esperanzas de poder servirle espiritualmente en su último trance. De pronto, sintió un leve apretón en la mano izquierda indicando una respuesta afirmativa. Al ver aquello, el sacerdote entregó en nombre de Cristo la absolución al moribundo. Segundos después, murió en sus brazos.

La madre Angélica, religiosa que aparece en un programa televisivo en los Estados Unidos: E.W.T.N., y en el Internet: www.ewtn.com, relató que un día llegó a la ciudad de Nueva York después de un largo viaje en avión y tomó un taxi junto con otras monjas para dirigirse a la sede de su congregación en la urbe de los rascacielos. La famosa religiosa conversaba amenamente con sus compañeras de hábito, cuando de pronto el chofer que las conducía se detuvo porque un hombre acababa de ser atropellado por otro automóvil a tan sólo unos cuantos metros de distancia. Ellas se bajaron del taxi y se quedaron observando la dramática escena mientras acudía la Cruz Roja para levantar al herido. Por la abundancia de sangre derramada, se dieron cuenta que el desconocido no contaba más que con unos cuantos minutos más de vida. Se angustiaron, pero no pudieron aproximarse más porque ya la policía había colocado un cerco. De pronto, entre la penumbra de la noche y las luces centelleantes de aquella gran ciudad, vieron a un hombre que avanzaba más allá de los límites permitidos por la policía. Se trataba de un barrendero que arrastraba un recipiente para la basura, un recogedor y una escoba. Se arrodilló junto al moribundo, le dijo unas cuantas palabras de aliento, reclinó su cabeza para escuchar mejor lo que pudiera decirle, y posteriormente levantó su mano derecha para darle en nombre de Cristo la absolución. Ante el asombro de la madre Angélica y de las religiosas que la acompañaban, el chofer del taxi les explicó que se trataba de un sacerdote católico que se había retirado de la vida religiosa por tener graves problemas de alcoholismo. Ellas lo comprendieron todo al recordar que un sacerdote puede en casos extremos dar la absolución a un moribundo a pesar de estar separado de su ministerio.

Jesucristo conoce bien nuestras flaquezas y debilidades. Por eso instituyó el Sacramento de la Penitencia. Quiso que pudiéramos enderezar nuestros pasos cuantas veces fuera necesario. Ha venido a salvarnos, a perdonarnos, a disculparnos, a traernos la paz y también la alegría. Y no sólo quiso que alcanzasen el perdón los que hace dos mil años vivieron en tierras de Palestina sino también cuantos habrían de venir al mundo en fechas posteriores. Para conseguir esto, dio la potestad de perdonar los pecados a los Apóstoles y a sus sucesores a lo largo de los siglos. De modo solemne prometió el Señor a Pedro el poder de perdonar los pecados cuando éste le reconoció como Mesías y posteriormente lo extendió a los demás Apóstoles: ?Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo?. ?Dios, aún ofendido, sigue siendo nuestro Padre; aun irritado, nos sigue amando como hijos que somos. Sólo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón?.

La potestad de perdonar los pecados la tiene únicamente quien haya recibido el Orden sacramental. El confesor, que hace las veces de Cristo, debe juzgar las disposiciones del pecador -su dolor y su propósito de la enmienda -antes de admitirle por la absolución a una más plena comunión con la Iglesia. Por eso, el Sacramento de la Penitencia es un verdadero juicio al que se somete el pecador, pero es un juicio en el que se otorga el perdón al que se declara culpable, a diferencia de lo que sucede en los juicios humanos en los cuales se castiga a quien confiesa su culpa. El sacerdote no puede absolver a quien no está plenamente arrepentido de sus pecados; no puede absolver a los que, pudiendo, se niegan a restituir lo robado; a quienes no se deciden a abandonar la ocasión próxima de pecado; y, en general, a quienes no se proponen seriamente enmendar su vida.

Cuando nos remuerda la conciencia por alguna falta grave cometida, y como consecuencia no podamos alcanzar la paz del espíritu, busquemos presurosos a un buen sacerdote para que nos escuche en confesión y nos libere de esa carga pesada que llevamos dentro. Hagámoslo cuanto antes, porque la muerte, la terrible y misteriosa muerte, casi siempre llega como un ladrón en el instante menos esperado, y no sabemos si tendremos la suerte de contar con un confesor en el momento más importante de nuestra vida.

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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