¿De qué sirve decir ?Señor, Señor?, si no hacemos lo que Él nos pide? En la actualidad son muchos los ancianos que no son atendidos correctamente por su propia familia. Cuando una persona pierde la salud y el poder económico por haber llegado a la vejez, se le relega automáticamente a un segundo o tercer plano. A pesar de haber trabajado toda la vida y haber atendido sin descanso las necesidades de su gente, son éstos quienes por falta de amor, lo desprecian, lo ignoran, lo limitan, lo hacen a un lado, no lo toman en cuenta para las decisiones importantes y le niegan lo más indispensable.
Los casos abundan por doquier: familias que esconden a su padre anciano para que nadie lo vea porque se avergüenzan de sus achaques y enfermedades. Hijos que no sólo se conforman con menospreciar a su padre cuando ha entrado a una edad avanzada, sino que lo golpean. Esposas que envían a su marido a la recámara más alejada de la casa, se olvidan de él ?porque no tienen paciencia para atenderlo?, y le dan el mejor cuarto a uno de los hijos ?para que se sienta cómodo?. Mujeres que arrojan a la calle a su marido enfermo ?porque ya no es productivo?. Hijos que han intentado matar al que les dio la vida ?para quitarse el estorbo que representa?. Hijas ingratas que reemplazan a su padre en los negocios porque alguna enfermedad ha hecho mella en su salud, y ahora le niegan pequeñas cantidades de dinero que de vez en cuando solicita.
El cuarto mandamiento de la ley de Dios nos habla de los deberes y el respeto que los hijos deben de tener para con sus padres. Este respeto se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído hijos al mundo y les han ayudado a crecer, en estatura, en sabiduría y en gracia. Este mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad y abatimiento. Pero, independientemente de todo esto, les harán partícipes de ese amor tan especial que sienten por ellos.
Es muy triste observar que algunos hijos desnaturalizados están esperando con ansiedad que sus padres mueran para recibir la herencia. Todos los días se reparten mentalmente los objetos que se encuentran en la casa paterna con la firme idea de quedarse finalmente con ellos, porque no fueron capaces de trabajar para conseguirlos con su propio esfuerzo. Presionan a sus progenitores una y otra vez para que les hereden los mejores bienes en su testamento. Los exprimen hasta ?extraerles la última gota de sangre? y no los dejan morir en paz.
Por doquier observamos ancianos casi ciegos por glaucoma o cataratas; viejos solitarios que están perdiendo la memoria; adultos a los que les duelen las rodillas y las piernas; ancianos que padecen del corazón, diabetes o enfisema pulmonar. En el escenario de la vida aparecen también los que tienen leucemia, cáncer o algún tumor en el cuerpo, y otros con dolores en los huesos. Por las calles observamos en silla de ruedas o batallando para caminar a todos aquéllos que sufrieron una embolia que los tumbó durante varios meses, pero a final de cuentas su fortaleza los volvió a levantar. A todos ellos lo que más les duele no es la enfermedad que diariamente castiga su cuerpo, es la soledad, el no poder trabajar y la falta de dinero que agrava su problema. A pesar de todo, muchos ancianos maltratados por su propia familia y abandonados, continúan orando sin descanso por sus hijos. Le piden al Señor de la vida que los siga protegiendo y que no tome en cuenta sus pecados.
El Antiguo Testamento nos dice con mucha claridad que si los hijos tratan mal a sus padres, con toda seguridad serán tratados igual por sus propios descendientes. La verdad es que los padres jamás dejan de ser padres, pero algunos hijos sí dejan de ser hijos. La vejez es el tiempo propicio para levantar la cosecha de lo que se ha sembrado, no para estar haciendo corajes con su propia familia y mucho menos para sentirse tristemente despreciado. En la práctica observamos que el gran error de algunos padres de familia ha sido el haberse desprendido ?en vida? de todos sus bienes entregándolos a sus hijos.
A pesar de todo, también existen hijos nobles que se preocupan por sus padres, que están siempre al pendiente de lo que necesitan, que los llevan al médico y compran sus medicinas, que les dan ánimo cuando se deprimen, que no los mortifican hablándoles de problemas que ellos no pueden solucionar, que los respetan, que los visitan seguido para saber cómo se encuentran y que no están interesados en los bienes materiales que poseen. Con ese comportamiento, ellos reciben diariamente las mejores bendiciones del cielo, y son un buen ejemplo para el resto de la sociedad.
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