En los momentos actuales son muchas las personas que hablan por experiencia propia de tristeza y depresión. No encuentran una clara explicación a sus problemas, se hunden en la melancolía y prefieren permanecer calladas o dormidas en su casa para no hacerle frente a la situación que están padeciendo. Muchas veces nos hemos preguntado: ¿de dónde proviene esa tristeza tan profunda, y qué es lo que la está provocando? El primer mandamiento de la ley de Dios nos pide que amemos al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas. Algunos se preguntarán ¿qué tiene que ver ese mandamiento con nuestra propia felicidad? Nuestra felicidad, la verdadera felicidad, ésa que es sincera y duradera, ésa que tiene consistencia y vive en el interior de nuestra persona, solamente la podemos obtener practicando el primer mandamiento que es esencial para nuestra vida eterna.
Pero, ¿cómo podemos amar a Dios si no lo conocemos? Ése es el verdadero problema para todos aquéllos que van por la vida sin intentar siquiera conocer a Jesucristo. Son muchos los que tienen un amplio conocimiento de la vida de los artistas de moda que aparecen en las películas, en las revistas y en la televisión, pero de Dios nada saben, y por lo tanto no lo pueden amar como Él nos lo pide y como Él quisiera que lo amáramos. Pero ¡qué insensatos somos! Permaneceremos con Él una vida eterna -si nuestras acciones lo permiten, y lo ignoramos durante el pequeño trozo de vida que pasaremos en este mundo.
Nuestra vida tendrá sentido únicamente si amamos a Dios y al prójimo. Todo está misteriosamente estructurado de esa manera y por más que le busquemos, nos daremos cuenta tarde o temprano que la otra ?alegría? que a veces sentimos, es ficticia y temporal, creada por nosotros como una máscara para dar una apariencia engañosa. Millones de seres humanos buscan la felicidad en el ruido, en la sensualidad, en el erotismo. No saben que se están deslizando hacia un abismo cada vez más profundo, que no les dará esa dicha que esperan y les creará un vacío difícil de llenar.
Pero, ¿cómo podemos conocer a Dios Nuestro Señor, si nos sentimos tan alejados de Su persona? Lo conocemos por sus obras y sus palabras. ?La Parábola del Hijo Pródigo? (Lucas 15, 11-32) es un hermoso y claro ejemplo de la personalidad de nuestro querido Padre que está en los cielos. Recordemos algunos de sus diálogos: ?Hijo, Tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes son tuyos; más era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque éste tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado?. ¡Qué hermosas palabras llenas de esperanza para todos los que somos pecadores!
La Parábola de la Oveja Perdida (Lucas 15, 3-7) es otro bello retrato del corazón de Nuestro Señor Jesucristo: ?¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va en busca de la perdida hasta que la encuentra? Y una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros, y vuelto a casa convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida?. Al escuchar esas dulces y consoladoras palabras, renace para nosotros la esperanza después de haber pecado tantas veces y de haberle dado la espalda a Jesucristo. Somos la oveja perdida que tirita de fría soledad en el desierto. Necesitamos al Pastor Eterno de las Almas para que nos libere de la carga que llevamos sobre la espalda; que nos limpie de todo pecado; que nos reconforte; que nos dé su gracia y nos invite a seguirle como si fuésemos niños otra vez.
Pero no lo amemos por temor a los infiernos y mucho menos por el cielo que nos tiene prometido. Amémoslo con sinceridad, con entrega y sin límites, porque así es el amor que Él nos tiene y nos demuestra.
Para los que no creen en los milagros, debemos recordar La Parábola del Grano de Mostaza, que a pesar de ser la más pequeña de las semillas -cientos de ellas caben en una sola mano, (Mateo 13,12), cuando germina, se convierte en un arbusto, y luego en un árbol, y en él anidan las aves del cielo.
Y para los que se les dificulta contemplar a Dios porque no lo ven -a pesar de tantas cosas hermosas que nos rodean, se les recomienda renacer a una nueva vida llena de espiritualidad leyendo las Sagradas Escrituras, orando (aunque a veces pensemos que nadie nos escucha) y conociendo a profundidad la vida ejemplar de los santos. Hace mucho tiempo, allá por los años cincuenta, escuché por primera vez de mi maestro, el hermano lasallista José Cervantes, la palabra ?espiritualidad?. De inmediato me llamó la atención, me agradó bastante y provocó en mi persona el nacimiento de una misión importante que me ha dado enormes satisfacciones. Espiritualidad es una fuerza interior que nos impulsa a amar a Dios y a estar en contacto con Él. Es sentirse bendecido y protegido por Su Espíritu. Es ver la vida como una oportunidad para hacer en todo momento Su voluntad. A lo largo de la vida hemos tenido momentos difíciles; hemos caminado entre sombras y luces; hemos intentado dar a otros un poco de esperanza, a pesar de ser nosotros quienes más la necesitábamos; pero allí estaba a nuestro lado aguardándonos esa espiritualidad que nació años atrás, que nos mantuvo de pie, que nos dio fortaleza y nos permitió seguir adelante, cuando menos veinticuatro horas más. Al sentir inquietud y temor -como muchas veces nos sucedió, recordamos las palabras de nuestro querido Papa Juan Pablo II cuando dijo: ?No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo?. Para los que están dispuestos a hacerlo, habrán de descubrir que se encuentran habitados por una ?Presencia Espiritual? que los protege, que los impulsa, que los anima, y por lo tanto no deberán tenerle miedo a nada. Si lo hacen así, de sus labios brotará una frase que dirá: ?Te doy gracias Señor porque dispongo de un día más para adorarte?.
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