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Más Allá de las Palabras / LA VIDA ETERNA

Jacobo Zarzar Gidi

Desde hace quince días he estado realizando una pequeña encuesta entre varias personas conocidas. Les he preguntado lo siguiente: ?Del cero al cien, ¿qué tanto crees tú que existe la vida eterna??. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comencé a escuchar que la mayoría de los encuestados no cree en la eternidad, a pesar de ser católicos y de asistir a misa los domingos. Unos cuantos me contestaron que el 20 por ciento, otros que el 50 por ciento, y contados con las manos el 100 por ciento. Al estar haciendo la indagación, una persona me dijo con mucha seguridad que él creía ?el mil por ciento?. Me sorprendió bastante la respuesta de los que no creen o creen a medias, porque yo pensaba que todas las personas que creemos en Dios, también estábamos convencidos de que existía la eternidad. Pero parece que no.

El resultado de la encuesta se lo comenté a un sacerdote amigo mío, y de inmediato me contestó: ?entonces, ¿qué estamos haciendo nosotros??. Es cierto, posiblemente algo importante que la Iglesia ha descuidado, es el intentar llegar con sus homilías y sus pláticas espirituales a las profundidades del alma de sus feligreses, para incrementar la fe, porque ésta es una virtud que si no se le abona constantemente, lleva el riesgo de desaparecer.

San Pablo nos dice que busquemos los bienes de arriba donde está Cristo a la derecha de Dios. Y nos insiste que los busquemos porque los bienes de aquí abajo duran poco y no llenan el corazón humano por muy abundantes que sean. El Señor llegará una sola vez, quizá cuando menos lo esperábamos, como el ladrón en la noche, como relámpago en el cielo, y nos ha de encontrar bien dispuestos. Aferrarse a lo de aquí abajo, olvidar que nuestro fin es el Cielo, nos llevaría a desembocar nuestra vida, a vivir en la más completa necedad. Hemos de caminar con los pies bien puestos en la Tierra, con afanes, ilusiones e ideales humanos, sabiendo prever el futuro para uno mismo y para aquéllos que dependen de nosotros, como un buen padre y una buena madre de familia, pero sin olvidar que somos peregrinos, y solamente actores en escena.

Nuestra vida es corta y bien limitada en el tiempo. Cuando nosotros nos imaginamos que aún disponemos de muchos años, tal vez esa misma noche seremos llamados. Nuestros días están numerados y contados; nos encontramos en todo momento en las benditas manos de Dios. Dentro de los miles que fallecen diariamente, un gran porcentaje jamás imaginaron que ya no tendrían más días para prepararse llenando un poco más su alforja de cara a la eternidad. Unos cuantos han muerto con el corazón dirigido a Dios, con una fe sólida e indestructible y una esperanza edificada sobre roca. Éstos se encontraron con La Perla Preciosa, con El Tesoro Escondido.

En el momento de la muerte, el estado del alma queda fijado para siempre. Después no hay cambio posible: el destino que nos espera en la eternidad es consecuencia de la actitud que hayamos tomado en nuestro paso por la Tierra. De aquí las advertencias frecuentes del Señor para estar siempre en vigilia, pues la muerte no es el término de la existencia, sino el comienzo de una nueva vida. A pesar de todo, el cristiano no puede despreciar la existencia temporal ni minusvalorarla, pues toda ella debe servir como preparación para su permanencia definitiva con Dios en el Cielo. Por eso es terrible que alguien se prive a sí mismo de la vida, porque trastorna los planes de Dios en su persona. Si los bienes que tenemos están enderezados a la gloria de Dios, sabremos ser felices en la abundancia y en la escasez, porque los bienes terrenales no serán nunca el objeto supremo de la vida.

San Pablo -el Apóstol de los gentiles, nos dice en su carta a los Corintios: ¡Qué breve es la duración de nuestro paso por la Tierra! Y nosotros lo constatamos cada año al darnos cuenta que los doce meses han transcurrido con una rapidez asombrosa. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es posible por lo tanto, desaprovecharlo dejando que el corazón quede apegado a cuatro baratijas de este mundo, que tienen poco valor y que el tiempo se encargará de destruir. Si meditamos en las verdades eternas, daremos a nuestra vida un verdadero sentido.

Hace dos años, un amigo mío me pidió que lo acompañara a visitar a una persona moribunda que yo no conocía; al estar frente al enfermo, de momento no supe qué decir, porque me habían comentado que a pesar de estar consciente, le quedaban tan sólo unas cuantas horas de vida. Cuando lo miré recostado en su lecho de muerte, le pedí a Dios Nuestro Señor que me iluminara para decirle al oído algo que le incrementara su fe y le diera fortaleza. Me senté en una silla para que me escuchara bien, le dije que el Señor Jesús nos ha preparado un lugar en la casa del Padre, donde hay muchas moradas, y nos prometió que de nuevo vendrá y nos llevará para que donde Él esté, también estemos nosotros. Al escuchar las palabras del Divino Maestro, el enfermo abrió los ojos, y sin decir una sola palabra, lo sentí reconfortado con la esperanza del Cielo. Me di cuenta que cuando renace la fe, se liman muchas asperezas relacionadas con la muerte. El amor generoso de Dios que nos dio vida a cada uno de nosotros y nos rescató del pecado, cambia por completo el sentido de ese momento final que llegará para todos.

Para los que tengan la dicha de llegar al Cielo, permanecerán con Cristo y verán a Dios; promesa y misterio admirables en los que consiste esencialmente nuestra esperanza. Ésa será nuestra patria definitiva, en ella se encuentran todos los bienes que nuestra mente actual no podría imaginar, allí se terminarán las enfermedades, y las fatigas que tuvimos en nuestro peregrinar temporal. Para los que tenemos el consuelo de la fe, la cruz que llevamos en la espalda se vuelve ligera y la tristeza desaparece de nuestra mente.

?Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman?. Podríamos preguntarnos varias veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en ese pobre vaso de barro que somos nosotros? Y además del inmenso gozo de contemplar a Dios y de estar con Jesucristo glorificado, existe una bienaventuranza accidental, por la que gozaremos de la compañía de nuestros seres queridos que tanto hemos extrañado cuando dejaron este mundo. Tenemos la oportunidad, si hemos sido fieles, de volverlos a ver revestidos de gloria y esplendor. ?Ya no habrá muerte, ni llanto, ni gemido, ni habrá más dolor, ni tendremos ya más hambre, ni más sed?.

No sabemos cómo ni dónde está el Cielo, porque es un misterio, pero pensar en él da una gran serenidad. El único fracaso definitivo sería no acertar con la puerta que lleva a la vida eterna.

jacobozarzar@yahoo.com

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