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Más Allá de las Palabras / PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA

Jacobo Zarzar Gidi

(Primera parte)

A principios del siglo pasado, bajo el dominio turco, Belén era un pequeño y tranquilo pueblo formado por cientos de casas de piedra. La iglesia de la Natividad -actualmente ortodoxa- invitaba a orar a propios y extraños que acudían desde muy temprano a visitarla. Construida por Justiniano, la que ahora es Basílica, no fue destruida durante la invasión Persa del año 614, debido a que encontraron en sus iconos el dibujo de los tres reyes magos, y uno de ellos era Persa. Fuera de allí, y desde las cuatro de la mañana transitaban por las torcidas calles empedradas, aves de corral, asnos, camellos y cerdos que daban una maravillosa tonalidad de ritmo y colorido. Los hombres en su mayoría, caminaban con los ?tarbush? (turbantes) sobre la cabeza, para protegerse del sol que empezaría a calar dentro de poco, y las mujeres con sus grandes ojos oscuros lucían bellas medallas, sortijas de oro y pulseras. Contrastando con los humildes ?felah? (campesinos) cruzaban también por la Vía

Dolorosa algunas mujeres europeas tocadas de enormes sombreros de pluma, según lo dictado por lo último de la moda en París.

Treinta y dos lámparas señalan con precisión el sitio donde una noche maravillosa naciera Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre -por amor a nosotros- en la gruta que se encuentra junto a la basílica de Santa María de Proesepio, constantemente custodiada por fieles sacerdotes griegos y franciscanos. Aquí el Hijo de Dios se encarnó por mí, por ti, por todos, con humildad y un corazón desinteresado. ?Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron y a los que lo recibieron los hizo hijos de Dios?.

Tanto en los umbrales de Jerusalén, llamada también ?Alkúds?(La Sagrada, por haber muerto allí nuestro Señor Jesucristo), como en Belén o ?Bétlehem? (que en hebreo significa ?la ciudad del pan?), algunos mendigos se preparan para tomar su lugar e implorar la caridad de su prójimo y agradecerles con lo único de que disponen: ?-¡Al-lah ia tic... Al-lah ia tic!? (Dios os recompense). Por las calles empedradas se observan soldados rusos, en su mayoría de religión ortodoxa. Ellos acostumbraban visitar estos lugares para conocer Tierra Santa y comprar diferentes artículos tallados en concha nácar, madera de olivo o simple hueso de aceituna, con el fin de llevarlos a su tierra natal donde gobernaba el Zar Nicolás II, que posteriormente fue ejecutado por los bolcheviques el 16 de julio de l918 junto a su familia. Cuando aún estaba en el poder, Nicolás II ordenó construir la hermosa Iglesia Rusa Ortodoxa, de exquisitas torres doradas que se encuentra en las colinas de Jerusalén.

A unas cuantas cuadras de la parte más céntrica del bíblico Belén vivía mi abuelo paterno llamado Juan, con mi abuela Hilwe, la tía Miriem (María), mi padre -que en ese entonces tenía 9 años de edad, y el tío Jorge de nueve meses. Desde muy temprano como ya era costumbre, mi abuela le lleva a la mesa un platillo de aceitunas negras con jocoque seco y otro con ?sdátar?(orégano en polvo y ajonjolí), acompañados de aceite de oliva y una pieza de pan caliente. Después de almorzar y consultar la posición del sol para adivinar la hora, se dirige el abuelo a su pequeño taller que formara hacía ya varios años en la parte trasera de la casa. Allí fabricaba con sus propias manos ?massabih?(rosarios), crucifijos de madera de olivo y medallones de concha nácar, auxiliado por un buril con el cual le daba un toque de arte a su trabajo.

Durante varias semanas, el abuelo se aferraba a la idea de viajar a tierras de América como lo habían hecho anteriormente otros paisanos amigos suyos en busca de mejores condiciones de vida. El dominio otomano en Palestina era insoportable y existía el peligro de que los turcos se llevasen a los jóvenes a la guerra. Pero no era fácil trasladarse al nuevo mundo, las costumbres, el idioma y la lejanía de aquellos lugares desconocidos, complicaban la situación. A menudo llegaban diferentes ?maktub?(cartas) a Belén de amistades y parientes que se encontraban residiendo en Argentina, Chile, Bolivia y México. En ellas relataban el duro camino que tuvieron que atravesar para arribar a su destino, las dificultades para instalarse, aprender el idioma, trabajar y hacer ?massari? (dinero). A pesar de todo ya habían conseguido ahorrar algo y se encontraban contentos. Lo que sí fue común en todas las cartas era la nostalgia que sentían al encontrarse lejos de su querido ?iliblad?

(terruño).

Quince kilómetros es la distancia que separa a Belén de Jerusalén -antigua y verdadera capital de Palestina. Desde allí hasta el puerto de Yáffa se pueden recorrer otros cincuenta, contándose por miles las personas que en distintas fechas de la historia emigraron de ese lugar hacia las tierras frescas, atractivas y prometedoras de América.

La familia de mi abuela materna -llamada Sultane, que también vivía en Belén, tenía un pequeño negocio de diligencias conducidas por caballos para llevar pasajeros y carga a Beit-Yala, Nazareth, y Beit-Sahúr (llamado también pueblo de los vigilantes porque allí vivían los pastores que vieron la estrella milagrosa que anunciara el nacimiento del Niño Jesús). En el mes de Diciembre del año 1906 -después de mucho pensarlo- salió de este puerto mi abuelo Jorge, con mi abuela Sultane, con mi madre que en aquél entonces era una niña de tan sólo 3 años de edad, el tío Jacobo y una hermana de la abuela que también los acompañó. Tomaron un barco de pasajeros y de carga que los condujo a Marsella en Francia, a Santander en España, y posteriormente, después de cuarenta larguísimos días -exactamente el 15 de Enero de 1907- arribaron al puerto de Veracruz en México. Antes de salir de Palestina, a mis abuelos les encargaron una jovencita que estaba prometida en matrimonio con un paisano llamado Félix Talamás que vivía en San Pedro de las Colonias, muy cerca de la Villa de Viesca donde les habían dicho que existía un importante asentamiento humano. Esta joven se llamaba Isabel, y siendo casi una niña, se pasó la travesía jugando con sus muñecas. Dicen que por ser bonita, mi abuela la escondía para que no la molestaran los marineros del barco. Con el tiempo, ella fue la mamá de Monseñor Manuel Talamás Comandari -Obispo de Ciudad Juárez- y también de Dolores Talamás, madre de mi esposa.

En el mes de mayo de 1907, mi abuelo paterno aborda también el barco con su familia, saliendo del mismo puerto de Yáfa rumbo a Bolivia. Durante la travesía, un paisano les dijo ?que estaban locos al haber tomado la decisión de ir a Bolivia, porque el frío acabaría muy pronto con la vida de los niños que llevaban?. Las palabras del amigo convencieron a mi abuelo, que de inmediato cambió la dirección de la travesía y por consiguiente el destino de mi familia. Ellos se dirigieron a la República Mexicana, desembarcando el 15 de junio de 1907 en el Puerto de Veracruz. De allí hacia el norte, en tren, hasta llegar a lo que más adelante sería la ciudad de Torreón. Junto a la estación del ferrocarril, los recién llegados vieron carros de mulas y gente de a pie y de a caballo que los atemorizó de pronto, debido a que portaban sombrero ancho, cananas y enormes pistolas. También igual que en su querido Belén, había por doquier gallinas, puercos, mulas y perros...

(Continuará el próximo domingo)

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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