(Sexta parte)
Al salir de la cueva de los pastores en Bet-Sahúr, me di cuenta que Emilio -nuestro guía, estaba inquieto. Sin pensarlo dos veces, me acerqué a él y en voz baja le pregunté ¿qué estaba pasando? Me contestó que había problemas en Belén, que la situación estaba caliente, porque la noche anterior -siguiendo el plan de asesinatos selectivos, los soldados judíos habían matado a un alto dirigente de "Al Fatah", que es el Movimiento Nacional para la Liberación de Palestina. Cada vez que hay un crimen de esa magnitud, todo el comercio cierra sus puertas, y los niños no tienen clases en los colegios en señal de protesta. En efecto, conforme avanzaba el autobús en el que nos conducíamos, pude observar que todas las cortinas metálicas de las tiendas estaban cerradas y por las calles circulaban cientos de niños que regresaban a casa cargando sus útiles escolares. A lo lejos, en una pared, vi recargados varios troncos de olivo que se estaban secando al sol para elaborar figuras religiosas. Se necesitan dos largos años para poder trabajar la madera.
Después de que Rizám, nuestro chofer, estacionó el enorme autobús, nos dirigimos ansiosos a la Basílica de la Natividad y conocimos el sitio sagrado en el cual nació Jesús. La Basílica la construyó en el siglo IV el emperador Constantino, y en la actualidad está custodiada día y noche por sacerdotes ortodoxos que son muy serios, poco sociables, y nada comunicativos. "Mientras estaban allí, le llegó el tiempo del parto, y dio a luz su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclinó en el pesebre, porque no hubo sitio para ellos en el mesón". Al recordar esas palabras, medité en silencio, y me pregunté: ¿acaso tenemos ahora un lugar para Jesucristo en nuestro corazón...?
Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempo del Rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo, "¿dónde está el nacido rey de los judíos? Porque vimos su estrella en el Oriente, y venimos a adorarle". Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén; y, congregando a todos los sumos sacerdotes y a los letrados del pueblo, les preguntó por el lugar del nacimiento de Cristo. Ellos le dijeron: en Belén de Judea; pues así está escrito por el profeta: "Y tú Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre las ciudades de Judá; porque de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo". Esta profecía la hizo el profeta Miqueas (Capítulo 5, 2), unos setecientos años antes del nacimiento de Jesús.
Al salir de la Basílica de la Natividad, nos dirigimos a La Gruta de la Leche que es donde la Santísima Virgen María le daba leche a su pequeño hijo Jesús. Aquí reflexionamos en lo realmente humano que fue Nuestro Señor Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre), porque a veces se nos olvida, no nos imaginamos que al igual que todos nosotros, también Él necesitó beber leche materna. Cuenta la tradición que una gota se derramó en el piso y pintó de color blanco la negra cueva. Varios milagros (sobre todo de enfermos graves y de mujeres que no podían engendrar), se han presentado al ingerir un poco del polvo que brota al raspar sus paredes; cientos de fotografías enviadas de varias partes del mundo dan testimonio de ello. Muy cerca de allí se encuentra la Gruta de San Jerónimo (Doctor de la Iglesia y gran estudioso de la Sagrada Biblia, año 420) -que conserva su cuerpo, custodiado permanentemente por Padres Franciscanos. En ese lugar escuchamos misa y recibimos la Sagrada Eucaristía.
Cuando nos dirigíamos caminando por las calles de Belén rumbo al autobús para continuar nuestro recorrido, varios vendedores ambulantes de origen palestino se nos acercaron para que les compráramos tarjetas postales y rosarios. Desde lejos escuché la voz de Emilio -nuestro guía, que nos pedía con insistencia no detenernos por ningún motivo ante lo sucedido la noche anterior. Todo el grupo estaba en alerta, porque sabíamos que cualquier cosa podía acontecer. Por estar atendiendo a los vendedores, (no los podía dejar con la palabra en la boca), me retrasé del grupo, a pesar de que seguí caminando, y recuerdo muy bien que uno de ellos me pidió con insistencia que le comprara un rosario. Varias veces le dije que no, pero él perseveró para conseguir su objetivo. Ante el temor de perder al grupo, le dije que se lo compraría. Me lo entregó, se lo pagué y empecé a avanzar deprisa para alcanzar a mis compañeros. De pronto -sin saber por qué, me detuve, sentí curiosidad de saber cuál era el apellido del vendedor. Cuando lo pronunció en voz alta y en idioma árabe, me quedé sorprendido, era el mismo que en vida llevó mi abuela materna.
Al ir caminando rumbo al autobús, escuché a lo lejos la voz de un hombre que hablaba frente a un micrófono a una gran multitud en "la plaza del Precepto" que se encuentra en el centro de Belén. El orador clamaba venganza por lo sucedido la noche anterior. En idioma árabe, con un timbre de voz rebosante de odio que todavía no puedo borrar de la mente, pedía a gritos la muerte de los asesinos que mataron a su líder. Observé que repentinamente varias personas se me adelantaron corriendo para llegar al mitin. Yo seguí avanzando porque quería participar en él. Mi esposa que venía detrás, me gritó una y otra vez que me detuviera, que mi vida corría peligro, pero no le hice caso. Con mi cámara digital en la mano, ansiaba tomar una fotografía del orador con el cual me identifiqué desde el primer momento sin siquiera mirar su rostro. Sus sentimientos -a pesar de que no entendía el idioma, eran mis sentimientos; su dolor era mi dolor. Sentí la necesidad de apoyarlos con mi presencia, a sabiendas de que nadie se daría cuenta de ello. Quería subirme al estrado, para decir a los presentes por medio de un traductor, que permanecieran unidos como hermanos, independientemente del partido al que pertenecieran, porque ésa sería su fuerza. Ansiaba decirles que reconocieran la existencia del Estado de Israel, porque ya no había otro remedio, con tal de que ya no muriesen más jóvenes palestinos exigiendo la devolución de su territorio, porque "es mejor un mal arreglo que un buen pleito". Que lo reconocieran -aunque les doliera en el alma, pero que pusieran como condición que las fronteras fueran las mismas que prevalecían en el mapa de 1967, y que ningún asentamiento judío permaneciera en territorio palestino.
Cuando estaba a unos cuantos pasos de tener al orador enfocado en mi cámara, sorpresivamente escuché que alguien junto a él disparaba al aire una ráfaga de metralleta que me hizo estremecer. Ellos tienen esa costumbre para calmar su coraje y su impotencia ante la imposibilidad de cobrar venganza de inmediato. En esos momentos me di cuenta que a lo lejos, mis compañeros del grupo estaban ya muy cerca del autobús. Si me dejaban, no sabría cómo regresar solo a Jerusalén, porque esa mañana cruzamos "el punto de revisión israelita" como turistas mexicanos portando en el frente del camión la bandera del Vaticano. Tomando en cuenta todo esto, sin pensarlo dos veces, di la vuelta y me dirigí a toda prisa para alcanzarlos.
CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO
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