(Treceava parte)
José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor a los judíos, rogó a Pilato que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el cual nadie había sido enterrado.
El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento (donde fue enterrado Jesús), y vio quitada la enorme piedra. Corrió y vino a Simón Pedro y a Juan, y les dijo: ?Alguien robó el cuerpo de mi Señor?.
Pero, ¿quién fue María Magdalena? El sobrenombre de María era Magdalena, por haber nacido en Magdala, una ciudad a orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberíades. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lucas 8, 2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una profunda gratitud.
Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar a un mal espíritu, éste se va y consigue otros siete espíritus peores que el primero (Lucas 11, 24). Eso le pudo suceder a Magdalena, y qué enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus. A nuestra alma también la atacan siete espíritus: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza, la envidia, y la pereza. Los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús, empezaban a temblar y salían huyendo. El milagro que hizo Nuestro Señor a favor de María Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día a favor de todos nosotros con el sacramento de la confesión.
María se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus apóstoles entre las que se encontraban Juana, Susana y otras. San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y se dedicaban a servirles (Lucas 8, 3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos y atendían a los enfermos.
La tercera vez que el evangelio nombra a la Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo fue Juan, tal vez porque la Virgen le suplicó que la acompañara. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena. San Mateo (27, 55), San Marcos (15, 40) y San Juan (19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. Los verdaderos amigos se conocen en las horas de dolor, en las situaciones angustiosas y peligrosas. Dios la presenta como modelo de fidelidad en el dolor, y como premio recibió luego la primera visita del Resucitado. (?El que me reconozca delante de los hombres, Yo lo reconoceré delante de mi Padre, y al que me niegue delante de los hombres, Yo lo negaré delante de mi Padre?).
Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece en un principio a dos personas que habían sido pecadoras, pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Tal vez lo hizo para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y nos corregimos, volveremos a ser amigos de Jesús.
?Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella les responde: -Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba allí, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: -Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: -Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré. Jesús le dice: ?¡María!?. Ella lo reconoce y le dice: ?¡Oh Maestro!?. (Y se lanzó a besarle los pies) Jesús le dijo: -Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: ?Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios?.
Esta bendita mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús. Un día no muy lejano, al salir de esta tierra hacia la eternidad, tendremos nosotros también el gusto de encontrarnos con Cristo resucitado, en el cielo, y entonces no nos dirá: ?no me toques?, sino más bien: ?Toma estas manos y bésalas, y seamos amigos para siempre?.
Es importante recordar que a partir de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo y durante los tres siglos posteriores, hubo crueles y sangrientas persecuciones ordenadas por los emperadores romanos contra los cristianos. Constantino -hijo de Santa Elena decretó que la religión católica tendría en adelante plena libertad (año 313). Constantino amaba intensamente a su madre Elena y la nombró Augusta o emperatriz, y le dio plenos poderes para que empleara los dineros del gobierno en las buenas obras que ella quisiera. Santa Elena se fue a Jerusalén, y allá, con los obreros que su hijo, el emperador, le proporcionó, se dedicó a excavar en el sitio donde había estado el Monte Calvario y allá encontró la cruz en la cual habían crucificado a Jesucristo (por eso la pintan con una cruz en la mano). Para saber si era verdadera la cruz, tocó con ella a una mujer que padecía una gravísima enfermedad, y la enferma se curó instantáneamente. Después dividieron la Santa Cruz en tres partes: una la dejaron en Jerusalén, la otra la enviaron a Constantinopla -que actualmente es Estambul, Turquía (donde estuvo su hijo Constantino)- y la tercera la enviaron a Roma al Sumo Pontífice. En Tierra Santa hizo construir tres templos: uno en el Calvario, otro en el monte de los Olivos y el tercero en Belén.
CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO
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