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Más Allá de las Palabras / ¡RESCÁTAME SEÑOR!

Jacobo Zarzar Gidi

Miles de jóvenes permanecen en la actualidad atrapados por las drogas y el alcohol. Se encuentran en el fondo del abismo conviviendo con esos monstruos que no los dejan en paz ni un solo momento. La atracción que ejercen estos demonios sobre sus víctimas, los convierte en esclavos de tiempo completo.

Ellos se sienten desgastados, cansados de la vida, rechazados por todo el mundo. Piden constantemente a sus familiares cierta cantidad de dinero para comprar droga, y saben que si no se lo dan, cometerán algún delito para conseguirlo. Su disyuntiva es enorme.

¡Qué daño tan grande hicieron los narcotraficantes al engancharlos en las drogas! Los metieron en un infierno del que no pueden salir. Existen varios videos en los cuales aparecen artistas famosos, antes y después de hacerse adictos a los estupefacientes. Al principio, esos seres humanos se ven sanos, trabajadores, normales, correctos y educados; en la actualidad parecen guiñapos, destruidos completamente por el vicio, con el rumbo perdido y sin tener un aliciente para vivir. Quisieran a toda costa volver a ser como antes, pero no pueden. Únicamente con sus fuerzas, les es imposible dar marcha atrás.

La verdad es que la vida es bastante corta. Los años que vivimos se han ido para siempre, y es una lástima haberlos desperdiciado. Si encima de eso, permanecemos encadenados a las drogas, necesitamos con urgencia que alguien nos dé la mano para salir del pozo donde nos encontramos. Recordemos que la primera causa de esos desórdenes es el vacío de Dios que permitimos llegara a nuestra alma. Hoy hemos perdido el sentido de la vergüenza, cada vez más hacemos y decimos cosas sucias sin sentirnos mal. El demonio ha conseguido -con nuestra complacencia, que nos alejemos del plan de Dios. Hemos aprendido a engañarnos a nosotros mismos y hemos desconocido los mandamientos que el Señor de la vida nos marcó desde un principio. Sin embargo, mientras más descubrimos nuestras imperfecciones, más nos damos cuenta del amor que Dios nos tiene. Jesucristo no quiere nuestros defectos, pero nos quiere a nosotros, aunque tengamos muchos.

El mayor mal de nuestro tiempo es querer alejar a Dios de nuestra alma porque nos estorba. No le dejamos un espacio en nuestro corazón porque ?exige muchas cosas que no podemos cumplir?. Queremos que se vaya de nuestro lado ?porque no nos deja disfrutar de la vida?. Lo echamos de la familia y de la sociedad ?porque no nos sirve, porque nos estorba, porque nos fastidia, porque es molesto, porque no lo necesitamos?. Si llegamos a este punto por demás terrible, ¿a quién vamos a recurrir? Recordemos lo que Jesús les dijo a los Doce al ver que muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con Él: ?¿También ustedes quieren dejarme? A lo que Simón Pedro le respondió: ?Señor, ¿a quién iremos? Únicamente Tú tienes palabras de vida eterna?. La hermosa contestación de Pedro es una respuesta de fe, madurada y provocada por la experiencia de Cristo en su alma. Si aceptamos a Jesucristo, debemos aceptarlo en todas sus dimensiones, no con reticencias que en el fondo sería traición.

Tiene mucha razón el apóstol Pedro al decirnos: ¿A quién iremos? ¿Quién puede llenar ese vacío enorme que algunas veces nuestra alma padece? ¿Acaso las drogas o el alcoholismo lo pueden llenar? ¿Acaso los placeres o los bienes materiales lo pueden evitar? Por supuesto que no. Mientras más hondo nos precipitemos en ese abismo, más solos, abandonados y despreciados habremos de sentirnos. El Padre del hijo pródigo nos espera con los brazos abiertos, con ese amor misericordioso que únicamente Él nos puede ofrecer. Con ese perdón que aflora de sus labios mucho antes de que nosotros terminemos la frase para pedir compasión. Valemos mucho para Dios, nosotros somos los que no nos valoramos, y precisamente por eso castigamos nuestro cuerpo con el alcohol y con las drogas. Como consecuencia, no nos damos cuenta lo que significa un alma verdaderamente limpia. Meditemos un poco más en la hermosa parábola del hijo pródigo, quien después de malgastar la fortuna de su padre y de perder con sus vicios la dignidad que tenía como ser humano, exclama arrepentido: ?Me levantaré e iré a mi padre?. Ésa es la convicción que necesitamos al permanecer en el fondo del abismo, del cual solamente Dios nos puede sacar, a pesar de que lo consideremos imposible por el estado en que nos encontramos. Para conseguirlo, necesitamos pedírselo con insistencia, con amor, con devoción y con mucha humildad, de la misma forma como un hijo le pide algo a su padre. Comprométete con Jesucristo, levanta tu brazo con mucha fe, y de inmediato sentirás que alguien te jala para sacarte de las profundidades donde te encuentras. Lo demás, déjaselo a Él. Volver a obtener la paz del espíritu es re-encontrarnos con la vida, con el amor que no cansa, que cobija, que protege, que da seguridad. Con ese amor misericordioso, fiel y compasivo que llama a nuestra puerta y nos invita a dejarle entrar para que reine en nuestra casa y en nuestro corazón. Si lo conseguimos, toda nuestra vida cambiará para bien y jamás nos arrepentiremos. En esos momentos habremos de decir: gracias por amarme Señor, por todo lo que eres, por la vida que me das, por mi familia, por tus atributos, por tu misericordia. Gracias por tus maravillas y por tu santidad. Gracias por amarme, por decirme que sí y también por decirme que no. Gracias por los misterios que no comprendemos, pero sobre todo, gracias por tu perdón.

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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