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Me niego

Cecilia Lavalle

Me niego a participar. Conmigo no cuenten. No voy a tomar partido. O, dicho con más propiedad y para no dejar dudas que puedan ser luego interpretadas a modo conveniente, zafo.

Me niego a pintar el país en dos colores: azul o amarillo.

En las elecciones del dos de julio pintamos de muchos colores nuestro voto. Hubo quien votó por el tricolor, hubo quien lo hizo por el verde, hubo quien eligió el azul, el rojo, el azul claro, el amarillo, el anaranjado. Es más, la mayoría de los más de 40 millones de personas que votamos elegimos un color para la Presidencia y otro paras diputaciones y senadurías. Y, por si fuera poco, no podemos olvidar que hubo más de 30 millones que no votaron.

De manera que me niego a aceptar que el país está dividido sólo en dos colores azul o amarillo. Eso no es cierto.

Me niego, también, a pensar en estas elecciones como una lucha entre ricos y pobres.

En nuestro México hay alrededor de 60 millones de personas que viven en la pobreza. Es cierto. En contraste, por ejemplo, es mexicano uno de los hombres más ricos del mundo. Pero también es cierto que entre unos y otro hay una clase media que, con distintos niveles de vida, vive y trabaja y vota en nuestro país.

Si los ricos votaron por Felipe Calderón y los pobres por Andrés Manuel López Obrador, ¿sólo la clase media votó por los demás? ¿Ningún pobre o rico votó por Roberto Madrazo?, ¿quién votó por Patricia Mercado?, ¿quién por Roberto Campa? ¿Ningún pobre votó por Calderón? ¿Ningún rico votó por López Obrador? Es absurdo.

No acepto, pues, la división en dos, entre otras razones porque la clase a la que yo pertenezco también cuenta.

Me niego a pensar en este conflicto en términos de “estás conmigo o estás contra mí”.

En cualquier sistema que se precie de democrático, por nuevo o viejo que sea, por mejor o peor que esté resultando para una sociedad, el cambio de autoridades supone la posibilidad del conflicto. Es más, especialistas en la materia definen a la democracia como la institucionalización del conflicto. Pero me niego a reducir el conflicto a una posición fascista.

No, no estoy a favor de Andrés Manuel López Obrador. Y tampoco estoy a favor de Felipe Calderón. Con cualquiera de los dos que resulte ser el presidente de mi país seguiré haciendo lo que hago y luchando por lo que creo. Más aún, tengo la convicción de que con cualquiera de los dos, por distintas razones, disentiré en temas que para mí son fundamentales.

De modo que me niego a que se me coloque contra las cuerdas porque no muestro mi apoyo incondicional por alguno de ellos. Además, incondicional es un adjetivo que jamás de los jamases utilizaré cuando me refiero a la política, menos tratándose de algún político.

Me niego, asimismo, a creer que irregularidades es igual a elección fraudulenta.

Mucho de lo que he visto y oído en los últimos días son: me dijeron, me contaron; a continuación se muestra un caso en particular y de ahí se infiere que to-do el Instituto Federal Electoral (IFE) actuó fraudulentamente. Otro tanto de lo que he oído y visto esta semana se trata de la manipulación de alguna información en particular para de ahí asegurar que to-do el IFE actuó de manera fraudulenta.

No acepto la versión que implica que 900 mil ciudadanos y ciudadanas de mi país, entre ellos mis vecinos y vecinas, actuaron de manera ilegal o irregular o, por lo menos, de manera sospechosa para favorecer al candidato del Partido Acción Nacional. No acepto la versión que insinúa que las y los consejeros ciudadanos de to-do el IFE, lo cual incluye, desde luego, a las 300 juntas distritales, actuaron dolosamente para favorecer a Felipe Calderón. No acepto la versión que supone que los miles de empleados y empleadas del IFE a todo lo largo y ancho de México se prestaron para acomodar la elección a modo de favorecer a un candidato.

Puedo aceptar que hubo irregularidades. Muchas si usted quiere. Puedo aceptar también que hubo ilegalidades. Digo, el pueblo al que pertenezco no se distingue por su apego a la legalidad ¿o sí? Pero de eso a aceptar que el IFE es uno de los más grandes fiascos de esta elección hay un enorme abismo y en aceptar que la elección fue fraudulenta hay dos abismos.

En fin, me niego a participar en este “juego” perverso de percepciones maniqueístas. Me niego a ver este conflicto en términos de buenos y malos, patriotas y traidores, ricos y pobres, azules y amarillos. Entre ambas esquinas hay muchos matices. Entre el blanco y el negro hay varios grises. Entre azules y amarillos hay varios arcoiris. Entre ricos y pobres hay varias capas de clases medias. Y entre “patriotas” y “traidores” hay mucha demagogia.

Así que no cuenten conmigo. No para esto. Zafo.

Tan zafo que me voy de vacaciones. En este espacio nos volveremos a encontrar el 13 de agosto. Mientras, amable lector lectora, ahí les encargo, no se peleen y cuiden la casa.

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cecilialavalle@hotmail.com

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