La presentación del libro “La Comarca Lagunera, Constructo Cultural”, de Sergio Antonio Corona Páez, es un evento notable en la antesala de la celebración del Centenario de nuestra ciudad. El autor oriundo de Torreón, es investigador doctorado por la Universidad Iberoamericana, y actual director del Archivo Histórico Agustín de Espinoza en el Plantel Laguna de dicha institución.
Bajo el subtítulo “Economía y Fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria”, el libro enfatiza que la fundación de Torreón, es parte de un proceso de civilización que inicia en nuestra región en el año de 1598, con la fundación del pueblo y misión de Santa María de las Parras.
La fundación de Parras, es obra de europeos e indígenas tlaxcaltecas convertidos de tributarios de los aztecas en agricultores y civilizadores. Conocedores del derecho castellano, estos tlaxcaltecas se organizaron como hombres libres en pueblos autónomos regidos por ayuntamientos.
Para el autor la fundación de Parras “representa el parteaguas entre la gentilidad y la cristiandad, entre la prehistoria y la historia, entre la infinitud de los espacios y la formación de una comarca domesticada por el hombre y para el hombre”; marca el inicio de un mestizaje biológico y cultural que perdura hasta nuestros días y señala a los colonizadores de finales del Siglo XVI como los padres fundadores de la Comarca Lagunera.
Para Sergio Corona las dos líneas principales de este proceso civilizador, son la difusión de la fe cristiana bajo la guía de los Padres Jesuitas y el impulso de una economía que se sustenta en una agricultura comercial y no de mera subsistencia, que reconoce la dignidad de los oficios manuales y los convierte en motor de superación personal, de bienestar material y de ascenso social.
El cultivo de la vid da origen a la industria vitivinícola regional que surte de vinos, aguardientes y frutas secas a poblaciones mineras como Mapimí y Cuencamé durante los siglos XVII y XVIII, y desde principios del Siglo XIX el cultivo del algodón impulsa el desarrollo regional, mucho antes de la fundación del Rancho del Torreón, antecedente de lo que posteriormente sería villa y ciudad.
Las circunstancias descritas, llevan al autor a señalar el error de considerar el auge agropecuario de la Comarca Lagunera como una novedad histórica de finales del Siglo XIX, aunque reconoce que la aparición del ferrocarril puso a la región en el escaparate de la modernización porfiriana.
Una de las aportaciones originales del autor, se refiere a la percepción de la religión por parte de los pobladores, como decisiva al configurar un perfil antropológico lagunero. El sacrificio de Cristo en la cruz es apreciado más como un modelo pedagógico de mansedumbre y paciencia ante la adversidad, que como iniciativa del Creador en pos de la redención del género humano, lo que genera una incertidumbre en la propia salvación, que se suma a la zozobra de vivir en la frontera de la civilización infestada de peligros de diversa índole.
La fe unifica a españoles y tlaxcaltecas y aunque oficialmente está centrada en el Dios Trinitario, la inseguridad existencial inclina la práctica religiosa hacia la búsqueda de intercesores de carne y hueso, lo que impulsa la veneración de la Virgen y de los Santos, que se manifiesta hoy día en la devoción a la Guadalupana en la figura de los danzantes matachines, ofreciendo un estilo singular del fenómeno religioso en el norte de la República Mexicana.
De cara a la celebración del Centenario de Torreón, el autor considera necesario percibir la realidad actual a la luz de contenidos culturales ancestrales, que generan inercias e influyen en las conductas humanas que se manifiestan en el presente.
No pretende el autor confrontar la celebración del Centenario, sino ampliar los horizontes temporales de quien analice la historia regional, ofreciendo una visión cuatro veces centenaria que supere todo enfoque reduccionista.
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