¿Qué sería de nosotros sin la
esperanza?
TAGORE
Hoy escribo con el corazón en la mano, sin esa falsedad que nunca nació en mí. Hoy retomo lo que verdaderamente soy: un joven de veintiocho años ávido por lograr un entorno justo y equitativo, pertenezco a un país orgulloso de su herencia pero necesitado de cambio. Hace tiempo aprendí que la ilusión de conseguir el cielo en la tierra no es más que insensatez pura, sin embargo todavía no ha muerto el anhelo de que mis hijos se sepan ciudadanos libres de un México donde su derecho a decidir el rumbo de las cosas sea privilegio que nada ni nadie les pueda arrebatar. Por ello este 2 de julio ejerceré el voto, pues aunque cargo a cuestas los defectos propios del ser humano, entre ellos no cuento la cerrazón, la dejadez u otros síntomas de cobardía. Sí, cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de ser parte de la historia y definir su curso; el no querer hacerlo sólo contribuiría a promover la injusticia, fragmentar lo mucho que nos une y acentuar aún más aquello que nos divide.
Tú y yo estamos decepcionados de la política, es natural. A veces nos sentimos impotentes ante la parálisis y los discursos vacíos de una casta que parece insensible frente a nuestras necesidades, llenos de ira debido al gran número de funcionarios carentes de la sensibilidad que en esencia todo hombre o mujer público debería tener. Sin embargo, del mismo modo, tanto tú como yo seguimos siendo creyentes y le apostamos a una idea fabulosa, a la noción de que existen personas verdaderamente comprometidas que al pronunciar la palabra patria sienten el peso de un deber inalienable: entregar su tiempo a favor del prójimo.
En los meses pasados expresé sin mesura ni tapujos mi opinión sobre todos y cada uno de los candidatos a la Presidencia. En ocasiones logré el equilibrio, otras veces fui víctima de la emoción y el impulso quizá permisible dada mi juventud e inexperiencia. Podré estar casado con ciertas ideas pero ello no será impedimento para que sea quien sea el ganador haya de parte de este columnista un respeto absoluto hacia el resultado. Si nos pavoneamos por vivir dentro de un sistema democrático, es necesario advertir la diversidad en toda la extensión de la palabra, concebirla como oportunidad única, jamás como obstáculo. En verdad anhelo un panorama donde las divergencias de fondo no se tornen en impedimento hacia lo más grande y genuino a lo que toda sociedad pensante debe aspirar: el diálogo respetuoso y razonado.
Difiero de aquellos que piensan en términos del “sexenio perdido”. Cierto, grandes los errores, también palpables los logros. Como joven tuve el enorme privilegio de haberle apostado al cambio, pero a diferencia de hace seis años hoy entiendo que dicha expresión no se limita al PAN, a Vicente Fox, o a un periodo de tiempo determinado. Cambio es la necesidad de evolución, de reinventarnos todos los días y a todas horas; cambio es luchar por todo lo que consideramos justo y legítimo; cambio es anteponer nuestros intereses y velar por los de aquéllos con verdaderas carencias; cambio se traduce en dejar de ser el país de las oportunidades perdidas. Cambio y grandeza van ligados de la mano.
Recuerdo el título de un libro escrito por Felipe González: “El Futuro No Es Lo Que Era”. Pareciese ser como si en tan sólo unas cuantas décadas el mundo se hubiera polarizado y el porvenir termina siendo implacable con nosotros. La rapidez con la que actualmente ocurren las cosas debe hacernos entender algo: ya no es tiempo de delegar responsabilidades y permitir que otros decidan. Tan simple como el agua: si no nos ponemos las pilas y agarramos al toro por los cuernos ¿entonces quién lo hará por nosotros?. Si hacemos de tu voz y la mía una sola, entonces renacerá la esperanza.
Dejemos atrás actitudes pesimistas, que a nada nos han conducido. Digan lo que digan mantengo firme la noción de que a pesar de todo vamos por buen camino. El mexicano le volvió la cara al silencio y hoy alza la voz, demanda y es crítico. Partiendo del hecho de que toda realidad es perfectible, no claudiquemos ya. ¿Con qué cara admitiríamos el haber renunciado a la posibilidad de ser mejores?.
Ahí están todos: Patricia, Roberto, Andrés Manuel, Felipe y Roberto. Ninguno será el salvador, ninguno posee virtudes celestiales. Todos y cada uno de ellos ofrecen proyectos distintos de nación. Quizá no nos convenzan a plenitud pero finalmente “hay lo que hay” y a partir de dicha premisa podremos decidir este próximo domingo. Es tu derecho, querido lector, elegir al candidato que más se acerque a lo que sueñas como posible; es tu deber consolidar la democracia en memoria de todos aquellos que entregaron su vida en pro de algo que por mucho tiempo nos fue negado y hoy llegó para quedarse: la libertad.