Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que se vio solo en un desierto, dio un sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Humilde virtud es la humildad, tan humilde que ni siquiera se puede proclamar sin caer en pecado de soberbia. Eso de: "-A humilde nadie me gana? se oye mal.
Siguió diciendo Jean Cusset:
-¡Qué humildad la del trigo, que deja que lo destrocen las piedras del molino, y qué humildad la de la uva, pisada por pies de hombre en el lagar! Y sin embargo aquel trigo hecho harina y la uva convertida en vino se vuelven carne y sangre de Dios para el que tiene fe. La pequeñez del trigo y de la uva nos enseña a hermanarnos en la humildad con nuestro prójimo y a convertir así en algo divino nuestra humana pequeñez, pues no hay otra manera de llegar a Dios que de la mano de los que viven con nosotros.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!..
