Ale, mi nieta pequeñita, me llama para que vea una flor en el jardín. La flor es diminuta; apenas la puedo distinguir entre las briznas del césped que la esconde. Pero en este momento ni el sol mismo tiene la grandeza que para nosotros dos tiene esta milimétrica criatura. Dice Ale:
-Hoy en la noche le daré gracias a Dios.
-¿Por qué? -le pregunto con la torpeza del adulto que no sabe detenerse ante la gracia. Y me responde ella:
-Porque hizo esta flor para que yo la viera.
"Sí -pienso yo-. Y a ti Dios te hizo para que te mirara yo".
Y es que Ale está en mi mundo como en su mundo está la mínima flor que ahora vemos: como el regalo de un amoroso Dios.
¡Hasta mañana!..