Los viejos coronistas españoles solían narrar la historia de un soldado de los tercios de España que cayó a tierra mortalmente herido cuando un enemigo le cortó de un tajo el brazo de la espada.
El vencedor le puso la suya en el cuello y le intimó la rendición, diciéndole que si no se entregaba lo mataría.
-Haced como quisiéreis -le contestó el español-, que aunque me falta brazo para luchar me sobra corazón para morir.
Esta vida en el mundo es un combate, juzgan unos. Yo no sé si lo sea, pero estoy cierto de que algún día me faltarán las fuerzas para combatir. Cuando ese día llegue espero que el valor del alma supla en mí la debilidad del cuerpo, de modo de llegar a la muerte -nueva vida- con fortaleza y paz de corazón.
¡Hasta mañana!..