¡Qué remolón invierno éste, que no se quiere ir! Apenas la primavera trae el sol ese gruñón anciano le echa encima su brumosa capa, y parece que estamos en noviembre cuando ya viene abril.
Yo quisiera decirle a don Invierno que cuando hay que irse hay que irse. Pero lo cierto es que nunca nos queremos ir. ¡Es tan sabroso eso de quedarnos, y que no venga nadie a ocupar nuestro amado lugarcito! Quizá deberíamos aprender a amar todos los lugarcitos, y a sentirnos bien en todos. Así no habría ninguna pérdida, y nuestra vida sería un permanente encuentro.
La primavera es generosa (por eso es generosa también la juventud). Estoy seguro de que no toma a mal que el invierno quiera quedarse un rato más. Después de todo ella también tendrá que irse. Y volverá la primavera luego, y volverá el invierno. También nosotros volveremos. No sintamos miedo, entonces, de partir, pues partimos -igual que el invierno y que la primavera- únicamente para regresar.
¡Hasta mañana!..