Al día siguiente de la Última Cena el buen Jesús se vio desamparado, solo.
Se había corrido la voz de que lo iban a aprehender, y sus amigos se alejaron de su lado, temerosos.
Fue a buscarlos y no encontró a ninguno. Fue por calles y huertos, y a ninguno halló.
El Señor, que había conocido ya la soledad de Dios, conoció entonces la soledad -más solitaria aún- del hombre.
Infinitamente acongojado recordó la noche anterior, y dijo lleno de tristeza:
-¡A la cena sí fueron todos!
¡Hasta mañana!..