Cuando la tarde empieza a convertirse en noche se oye en el llano la canción de la calandria.
Es triste esa canción, como el paisaje. Parece que el ave anuncia las sombras de la noche. Yo la escucho y apresuro sin darme cuenta el paso para llegar al rancho y a la casa.
No hay tristeza ni hay alegría en la naturaleza. Ella tiene la indiferencia de la vida y la muerte. Nosotros damos a las cosas un sentido que es puramente humano, y que en verdad no existe.
Aun así me posee un vago sentimiento de pesar cuando oigo el largo trino que la calandria dice posada en el alambre de la cerca. Se ha ido el sol, y es gris ahora el cielo, y la montaña es gris. Y es gris también el alma, donde ha quedado la canción de la calandria como una flor marchita en un búcaro sin agua.