Sobre mi huerto de nogales un halcón vuela como si nada existiera aparte de su vuelo.
Es clara la mañana; el cielo tiene el azul del primer día. Oigo los ruidos de la tierra: el estridor de una chicharra, el silabear del agua de la acequia, el grito de una mujer que llama a su hijo... Arriba, el vuelo del halcón es el silencio.
Estos ruidos que escucho son ruidos familiares. Hacen que cada día sea todos los días, y que todos los días sean el mismo día. Los conozco de años como a mi propia voz. En cambio me es ajeno el silencioso vuelo del halcón. Quizás admiro ese silencio, pero no lo deseo para mí. Quiero mejor estos ruidos terrenales. Los siento tan cercanos a mí como el ruido que debe hacer la sangre en el río de las venas, como el ruido que en el pecho hace el corazón.
¡Hasta mañana!..