El problema de los incrédulos es que tampoco creen en sí mismos. Si creyeran aunque fuera en eso empezaría a disiparse su incredulidad.
Los incrédulos de la aldea le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer.
-Tantos milagros veo alrededor de mí -les contestó él- que no se me ocurre ningún otro. ¿Qué milagro quieren que les haga?
Respondió el más incrédulo de los incrédulos:
-Haz que el agua del río fluya en dirección contraria.
Le contestó Virila:
-El agua por sí misma es un milagro. No voy a hacer un milagro encima de otro.
Cuando esa tarde volvió a su convento, San Virila iba pensando que todo lo existente es un milagro. Son un milagro el agua, la tierra, el aire, el fuego... Toda criatura -animal, vegetal o mineral- es un milagro. ¿Para qué, entonces, andar haciendo milagros por ahí? Tantos milagros hay en este mundo que ya no caben más milagros.
¡Hasta mañana!...