San Virila caminaba por el sendero junto al río. La mañana era radiante; el sol brillaba en la comba de un cielo azul sin nubes, y la brisa temprana movía con suavidad la fronda de los árboles. Se oían a lo lejos los ruidos de la aldea, que despertaba a un nuevo día: las risas de los niños; el grito del buhonero al pregonar su mercancía; la esquila de la iglesia llamando a la primera misa... En la orilla del río San Virila lo miraba todo con una sonrisa de beatitud. La gente le pidió:
-Haz un milagro.
San Virila se volvió hacia el río y dijo:
-Vengan a ver el milagro.
Al oír sus palabras todos los peces asomaron la cabeza, y el río se volvió una constelación de escamas irisadas.
-¡Milagro! -gritó la gente a coro.
-Milagro, sí -dijo San Virila-. Mas no el que ustedes creen. Hice que los peces salieran a ver el milagro de este hermoso día que los hombres no saben mirar ni agradecer. Aprendan de ellos a mirar la vida, y a dar las gracias por el prodigio de cada nuevo día que se nos da.
¡Hasta mañana!..