A los 60 años de su edad John Dee hizo un descubrimiento de importancia: la felicidad. La encontró en el lugar donde menos pensó que la hallaría: en sí mismo. Ahí estaba; ahí estuvo durante muchos años sin que él se diera cuenta.
La tomó entre sus manos y la acarició. Estaba hecha su felicidad de cosas pequeñitas: el fugitivo instante en que su mano rozó aquella otra mano; el sencillo manjar de mesa pobre; el recuerdo de cosas idas que jamás se van... Le extrañó ver que en su felicidad no había cosas de fama o de dinero, pero sí gente y cosas buenas: su mujer; sus hijos; sus amigos; un perro; algunos libros; una guitarra; la nube que se fue para siempre y el árbol que para siempre se quedó...
Levantó en alto su felicidad John Dee como se eleva una hostia. Su resplandor iluminó las calles y puso en cada ventana y cada puerta uno de esos rayitos de luz con que los niños juegan cuando recogen en un pequeño espejo los rayos del gran sol.
¡Hasta mañana!..