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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Nos levantamos en la madrugada, cuando hasta los gallos dormían en el rancho. Un trago de café y dos de aguardiente nos quitaron al mismo tiempo sueño y frío. Luego subimos en la camioneta y fuimos a la huerta que plantó mi amigo en el suave declive de la sierra. Nos detuvimos antes de llegar. A pie nos acercamos, y los vimos en el claror incierto del amanecer.

Los venados... Tres machos de enhiesta cornamenta para suscitar el amor y defenderlo; un pequeño rebaño de hembras perfumadas de celo, mansas para ofrecerse al milagro de perpetuar la vida.

Los vimos en silencio triscar entre los árboles sin hojas. Quietamente cortaban las briznas de la hierba y la comían sin sobresaltos: en esa región nadie los persigue. Luego seguramente el viento les llevó nuestro olor de hombres que pueden matar, y se dirigieron con lentitud a su refugio en el bosque.

En Estados Unidos, me dicen, los venados se han vuelto ya una plaga. Hay que cazarlos por millones a fin de que su número no crezca. Será... Aquí los venados son para mí un milagro que debe contemplarse con la emoción con que un milagro se ha de ver.

¡Hasta mañana!..

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