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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Llega mi nieto de tres años, se trepa a mi regazo y pone en mi hombro su cabeza de ángel.

-Duérmeme, abuelito -me pide con voz tenue.

He visto cómo sus ojos se le cerraban ya. Lo ciño con mis brazos y le empiezo a cantar la monótona melopea que mi padre cantaba para que me durmiera yo: "Dormir, dormir, que cantan los gallos de San Agustín...".

Llega mi hijo y me dice:

-No lo duermas. Si se despierta, luego en la noche ya no querrá dormir.

Me voy con el niño a otro cuarto y prosigo el arrullo cadencioso: "Dormir, dormir, que cantan los gallos de San Agustín...". Se duerme el pequeñito, y lo acuesto en la cama para que duerma su tranquilo sueño.

Tendrás que perdonarme, hijo, pero los abuelos no obedecemos más órdenes que las de nuestros nietos.

¡Hasta mañana!..

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