Llega mi nieto de tres años, se trepa a mi regazo y pone en mi hombro su cabeza de ángel.
-Duérmeme, abuelito -me pide con voz tenue.
He visto cómo sus ojos se le cerraban ya. Lo ciño con mis brazos y le empiezo a cantar la monótona melopea que mi padre cantaba para que me durmiera yo: "Dormir, dormir, que cantan los gallos de San Agustín...".
Llega mi hijo y me dice:
-No lo duermas. Si se despierta, luego en la noche ya no querrá dormir.
Me voy con el niño a otro cuarto y prosigo el arrullo cadencioso: "Dormir, dormir, que cantan los gallos de San Agustín...". Se duerme el pequeñito, y lo acuesto en la cama para que duerma su tranquilo sueño.
Tendrás que perdonarme, hijo, pero los abuelos no obedecemos más órdenes que las de nuestros nietos.
¡Hasta mañana!..