Este pájaro carpintero llega a mi casa campesina con puntualidad exasperante.
Puedo poner el reloj con su llegada: a las siete de la mañana en punto, cuando entra el primer rayo de sol por la ventana, el alado señor Morse empieza a practicar su alfabeto telegráfico sobre el madero del dintel.
A mí me agrada esa visita, aunque interrumpe a veces la duermevela de la mañana que comienza. Pienso que es la vida la que ha venido a pespuntear en mi retiro. Ningún movimiento hago, para que el ave de colorida testa no se asuste. Con el rabillo del ojo la miro afanarse en su tarea. La termina y se va volando en la forma tan peculiar de vuelo que tienen estos oficiales de carpintería: como una flecha que se impulsa a sí misma por el viento. Igual que la vida llega a mí este visitante. Igual que la vida también después se va.
¡Hasta mañana!..