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Monedas denigrantes

Javier Fuentes de la Peña

Ella parecía ser una muchacha como cualquiera. Tenía dos ojos, una boca, dos piernas y el encanto que toda mujer, por el simple hecho de serlo, suele tener. Era conocida por su hermosura. No podía salir a la calle sin que recibiera los acostumbrados piropos de cuantos hombres la veían. Las demás jóvenes del barrio le envidiaban su cuerpo, sin embargo, ella era una niña de apenas 13 años.

Un día, la pobreza la llevó a pedir un trabajo en una supuesta agencia de modelos. Como era lógico, los empresarios inmediatamente la contrataron, pues vieron que con aquel cuerpo virgen podían obtener muchas ganancias. Ni siquiera le preguntaron si era mayor de edad, sólo se fijaron en su belleza y una vez firmado un contrato sin valor legal alguno, le ordenaron que fuera ensayando unos pasitos, pues esa misma noche tenía que bailar y desnudarse para complacer a unos “caballeros” que acudirían a verla.

Pasó el tiempo y ella dejó de ser una muchacha común y corriente. Ya no se llama como antes, ahora la bautizaron temporalmente como Kasandra. Su hermosa cabellera negra fue teñida y ahora la anuncian como la Chica de Oro. Y así ha pasado su vida. Entre las copas de vino, las luces del cabaret y los sucios deseos de cientos de hombres que noche a noche se sueñan entre sus brazos. La necesidad le robó un pedazo de vida, le robó la inocencia. La que era una niña en el corazón, ahora es simplemente una mujer que está obligada a soportar las diarias humillaciones para comer; una mujer que ha perdido hasta su propio nombre y ahora es llamada prostituta, ramera, meretriz, zorra, hetaria, pelandusa, calientacamas, mujer pública, mujer del tacón dorado, gamberra, o hay quienes simplemente reducen su nombre a cuatro letras crueles y ofensivas.

Usted ha escuchado historias como la de esta muchacha que siendo muy pequeña aún, fue derrotada por el hambre y vendió su cuerpo por unos cuantos pesos. Si no ha escuchado historias parecidas, quizá deba saber que en Coahuila y en otros diez Estados de la República, hay traficantes de menores para abastecer los prostíbulos.

Muchos estamos orgullosos de nuestro Estado. A todo el mundo le presumimos la diversidad de nuestro territorio, las bellezas naturales, así como la fuerte actividad industrial. Sin embargo, siempre escondemos esa verdad que subyace tras la realidad social. En Coahuila, así como abundan atractivos para los visitantes, abundan también los motivos que hacen más difícil la vida de miles de ciudadanos. Además de pobreza y de poblaciones en el más cruel de los subdesarrollos, en ciudades como Torreón abundan las pandillas, la droga se vende con total impunidad, y las autoridades incurren en prácticas corruptas en su diario proceder. A pesar de todo, yo jamás imaginé que en Coahuila vivieran decenas de menores de edad que cambiaron un cuaderno y un lápiz, por un tubo para bailar ante la mirada de unos hombres idiotizados por el deseo.

Los traficantes de menores distribuyen su “mercancía” por casi toda la República, especialmente en los Estados en donde la ley no se aplica para aquel que pueda ofrecer un soborno a cambio de operar libremente sus negocios. Como es sabido, Coahuila es una de las entidades elegidas por estos chalanes. ¿Acaso es un motivo de orgullo el saber que somos una entidad en donde pueden prosperar los vicios sin la vigilancia de las autoridades?

En el pasado hemos escuchado campañas radiofónicas que tratan de concientizar a quienes hacen negocios que lastiman a niñas y a jovencitas. El gobernador Humberto Moreira ha hablado incluso de elevar los castigos a violadores. Sin embargo, es necesario un castigo ejemplar a los traficantes de blancas, y así poco a poco evitar que más menores de edad sean explotadas. Es difícil ver cómo el Gobierno se gasta el dinero en cosas superfluas, y existen todavía niñas y niños que entreguen su inocencia a cambio de unas simples monedas.

javier_fuentes@hotmail.com

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