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Morir en el intento

Jorge Zepeda Patterson

En momentos en que se discute qué parte de “la enchilada” migratoria podrá conseguirse en el Congreso estadounidense y cuántos ilegales podrían beneficiarse, conviene recordar uno de los mejores argumentos que se haya presentado para detener el tráfico ilegal de trabajadores: la crónica de la peor tragedia de inmigrantes en la historia ente México y Estados Unidos. En mayo de 2003, murieron por asfixia, deshidratación y calor, 19 personas luego de quedar atrapadas durante cuatro horas dentro de un tráiler.

Jorge Ramos, el conductor del noticiero de Univisión, presenta estos días un libro extraordinario sobre aquellos terribles acontecimientos. Morir en el intento (editorial Grijalbo) describe paso a paso la trayectoria de las víctimas, más de 70 personas, que fueron apiñadas y encerradas en un vagón de carga y trasladadas por carreteras del desierto en peores condiciones que el ganado. La temperatura interior sobrepasó los 50 grados centígrados y el hermetismo de la caja hizo del lugar una cámara de asfixia.

El tráiler había salido de Harlingen, Texas, a unas millas de Matamoros, Tamaulipas y se dirigía a Houston. Los “polleros” habían cobrado dos mil dólares por persona, a cambio de ayudarles a cruzar la frontera y trasladarlos fuera del alcance de la “migra”. Para conseguirlo, los traficantes contrataron a un chofer afroamericano, Tyrone Williams, que solía trasladar melones a Houston en un camión de su propiedad. Aunque nunca lo había hecho antes, el chofer no hizo muchas preguntas cuando le ofrecieron seis mil dólares (tres veces más que la tarifa usual) para cambiar los melones por seres humanos. Nunca supo cuántos ilegales treparon los “polleros” en su camión, porque le pidieron que no mirara. En la medianoche de un martes 13 de mayo, salió de Harlingen rumbo al primer punto de inspección, Sarita, Texas. Los “polleros” le aseguraron que todo estaba arreglado, que nadie lo molestaría en la garita.

En la primera hora no hubo muertos, pero pronto supieron lo que les esperaba. Unos iban en cuclillas y otros de pie, por la falta de espacio, y en medio de la oscuridad más absoluta del camión. Después de media hora comenzaron los primeros síntomas de asfixia. La respiración de todos se aceleró a medida que los tórax empujaban a sus pulmones desesperados. La temperatura del cuerpo aumentó varios grados y los primeros síntomas de hiperventilación y el miedo se convirtieron en un círculo vicioso y mortal dentro del tráiler. Los relatos de los sobrevivientes dan cuenta de la solidaridad entre muchos de ellos, perfectos desconocidos entre sí, sobre todo con el único niño presente, al que trataban de ventilar y otorgar más espacio.

Hora y media más tarde, al llegar a Sarita y pasar por la inspección, nadie había muerto todavía. Pero en cuestión de minutos comenzarían a fallecer uno por uno, entre convulsiones. Dentro del tráiler se generó un pequeño debate entre los inmigrantes sobre qué hacer en la garita de inspección migratoria. Podían hacer mucho ruido y pegar a las paredes para que los descubrieran. Pero eso significaría el fin del trayecto, una deportación segura y la pérdida del dinero que ya había adelantado a los coyotes. Prefirieron guardar silencio… y se condenaron a muerte.

Dos horas y media después, Williams paró en una gasolinera y pudo escuchar los ruidos que los sobrevivientes hacían desde el interior del camión. Para entonces, habían podido perforar con las uñas un pequeño hoyo, a través de una calavera trasera. Williams abrió las puertas, se aterrorizó ante lo que vio y escapó luego de desenganchar la caja del tráiler. Tras la desbandada de los sobrevivientes, 18 hombres y un niño de cinco años yacían en el interior.

El resto del libro es una admirable descripción de la manera en que fueron detenidos los responsables y los juicios resultantes. 14 personas pertenecientes a las redes del tráfico de ilegales fueron encarceladas, todas ellas excepto el chofer eran de origen latino. A los sobrevivientes les fue otorgado un permiso para trabajar, sólo durante el tiempo que durara el juicio (para que pudieran declarar).

Pocas cosas resultan más conmovedoras que la decisión tomada por las víctimas para no delatarse en la garita. Súbitamente el lector cobra conciencia de que los responsables de esas muertes no sólo son los “polleros” criminales, las autoridades corruptas y un chofer irresponsable. Los ilegales están dispuestos a arriesgar sus vidas porque carecen de opciones; porque su país los expulsa de sus tierras y poblados; porque buscan una vida digna para sus familias. Jorge Ramos entrevistó a varios de los sobrevivientes para conocer sus trayectorias, sus razones. Unos proceden de Michoacán, otros de Puebla, alguno de Tlalnepantla. Pero la historia es la misma: la pobreza, la necesidad de enviar algunos dólares a casa. En ese sentido, todos somos responsables.

Solemos hablar de la migración como de un fenómeno natural. Como si se tratase de una enfermedad de origen biológico o de una imposición de la geografía. Pero en realidad se trata de una enfermedad social, provocada por un orden económico y político que es favorable a algunos y perjudicial a muchos otros.

“La gente ve esto como un evento distante, como si estuviera leyendo en un periódico sobre un terremoto en Turquía. Se sienten mal al respecto y luego cambian de página”. Dice Jim Kolbe, congresista republicano. Al final de cuentas hubiera preferido no tener que escribir este libro, afirma Jorge Ramos. “Pero es preciso contar este tipo de historias; sin denuncias, sin un sentido de urgencia, nada cambiará el cementerio que todos los días crece en la frontera de México y Estados Unidos”. ¿Podemos hacer algo?

(jzepeda52@aol.com)

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