A pesar que la mujer no ha logrado tener presencia y participación plenas en la sociedad contemporánea a la par del hombre, no dejan de registrarse avances significativos que sin duda constituyen anuncios contundentes de una realidad que se impondrá en las próximas décadas.
Apenas la semana pasada me refería en este mismo espacio a las alarmantes cifras de la violencia contra las mujeres en los grandes núcleos urbanos del país. En contrapartida, existen indicios luminosos que nos muestran el tránsito histórico de varias mujeres en las más altas tareas de Gobierno.
Así, ya desde la segunda mitad del siglo pasado, en México tuvimos por fin más diputadas, senadoras y hasta gobernadoras, como lo fueron Griselda Álvarez en Colima y Beatriz Paredes en Tlaxcala, o actualmente Amalia García a la cabeza del Gobierno de Zacatecas. De igual forma, desde hace algunos años se han empezado a registrar formalmente candidatas a la Presidencia de la República, como Rosario Ibarra de Piedra, Cecilia Soto y ahora Patricia Mercado.
Sin embargo, en esta ocasión quiero abordar el caso de mujeres que han llegado a ocupar el principal cargo de mando su país, especialmente en los tiempos más recientes.
En primer lugar debo mencionar dos ejemplos que nos llenan de alegría y aliento: uno aquí en nuestra América, con Michelle Bachelet, la primera mujer en ocupar la Presidencia en Chile; y el otro en África, con Ellen Johnson-Sirleaf, no sólo la primera presidenta electa de Liberia, sino la primera mujer que ocupa ese cargo en todo el Continente Africano. Ambas poseen de biografías apasionantes cuyo sello es el talento, la valentía, el esfuerzo y la resistencia social.
Bachelet es una mujer de 54 años, médica, madre soltera, con tres hijos y servidora pública durante muchos años en cargos de alta responsabilidad en el ámbito de la salud y la seguridad. En su mensaje a la nación ratificó toda su valía: “diré lo que pienso y haré lo que digo”. Recordó a su padre, el general Alberto Bachelet Martínez –asesinado durante la cruenta dictadura militar–, “a quien quisiera abrazar hoy, porque de él heredé el amor por Chile y su don de mando”. Y agregó: “Quién lo hubiera pensado 20, diez, cinco años atrás, que Chile elegiría a una presidenta (...) Gracias por invitarme a liderar esta travesía (...) Ahora es el tiempo de las mujeres”.
Por su parte, Ellen Johnson, economista de 67 años, al tomar el mando de su pobre y convulso país, ávido de ayuda internacional, señaló: “nos sentimos sobrecogidos y aceptamos con humildad la enormidad de los desafíos que quedan por delante, acabar con los males de nuestra nación y hacer de la democracia un experimento vivo y efectivo (...) Ha llegado nuestra hora para curar y restablecer la nación todos juntos”. Con motivo del ascenso al poder de Johnson, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi Annan, felicitó al pueblo liberiano y su “histórico mandato para dirigir la nación hacia un futuro de paz y estabilidad duraderas”.
Por fortuna existen otros ejemplos de mujeres en los más altos cargos de sus naciones, tanto en Latinoamérica como en el mundo entero. Baste recordar, entre otras, a Indira Gandhi en la India, Golda Meir en Israel, Margaret Tatcher en Gran Bretaña o Benazir Bhutto en Pakistán. Y en nuestro continente, por citar un par de ejemplos, la nicaragüense Violeta Chamorro y la panameña Mireya Moscoso.
Es cierto, algunas han hecho su labor mejor que otras, pero no cabe duda que la incorporación de las mujeres a la conducción de las naciones abre brechas para la humanización, sensibilidad, conciliación, honradez y eficiencia en el mundo futuro del planeta.
A mi vez, exclamo: ¡y pensar fue que apenas hace medio siglo cuando las mujeres mexicanas pudimos ejercer el voto, pese a que para entonces ya habían transcurrido siglos de historia humana!
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