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Munich: la lista de Spielberg

El País

MADRID, ESPAÑA.- El odio sólo genera odio. Y denunciarlo no es fácil. Si la realidad fuese tan simple como algunos pretenden, Steven Spielberg, cineasta judío, no se hubiese embarcado en un proyecto complejo, maduro, que entronca unos hechos sucedidos hace casi 34 años con el mundo en el que lidiamos hoy.

Los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, se presentaban al mundo como la ceremonia de la reconciliación de Alemania con su historia. Iban a ser los juegos de la organización modélica y a pesar de los siete oros del nadador Mark Spitz y de la primera derrota (polémica) de Estados Unidos (EU) en baloncesto frente a la Unión Soviética, se convirtieron en un desastre manchado de sangre.

En la madrugada del 15 de septiembre, ocho encapuchados, integrantes de un comando de la organización terrorista Septiembre Negro, entraron en la Villa Olímpica, asaltaron los apartamentos del equipo olímpico israelí y tras asesinar a dos entrenadores hebreos, se hicieron fuertes con nueve rehenes aterrorizados.

Novecientos millones de espectadores pudieron ver en directo, por vez primera en televisión, durante 21 horas, el chantaje de una banda de fanáticos, que reclamaban la puesta en libertad de más de 200 palestinos encarcelados en Israel y de los terroristas alemanes Andreas Baader y Ulrike Meinhof (creadores del grupo Baader-Meinhof) a cambio de la vida de los atletas judíos.

El drama no había hecho más que empezar.

La primera ministro laborista israelí Golda Meir no quiso negociar y el Gobierno alemán del canciller Willy Brandt, maniatado por una desastrosa imprevisión y una nerviosa improvisación, sólo podía ganar tiempo.

Ganar tiempo y perderlo todo

Con la promesa de un avión iría hacia un país árabe, los terroristas y sus rehenes se subieron en dos helicópteros que les llevaron al aeropuerto de Furstenfeldbruck, a las afueras de la capital bávara.

Allí les esperaban varios francotiradores que desconocían incluso el número de terroristas del comando.

Todo terminó con un tiroteo feroz, la explosión de uno de los helicópteros, los nueve rehenes, cinco terroristas y varios policías muertos, y la desolación del mundo entero.

Poco después, los tres terroristas supervivientes fueron liberados y enviados a Libia, tras aceptar Alemania el chantaje de los secuestradores de un avión en sospechosas circunstancias.

Munich comienza donde terminó la tragedia. Pero sin perderla de vista. En respuesta a las muertes de sus compatriotas, Israel bombardeó bases de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) en Siria y Líbano. Sin embargo, y aunque nunca llegó a reconocerse desde el Gobierno del país hebreo, la reacción llegaría más lejos.

Hasta trece asesinatos selectivos de cabecillas del terrorismo palestino, atribuidos a un comando secreto de Israel, como reconocieron algunos agentes del Mosad (el temible servicio secreto israelí) años después, y como relata el libro Venganza, de George Jonas (RBA Editores), en el que se ha basado el guión del dramaturgo Tony Kushner (es la primera película del autor de la obra Angels in America) y de Eric Roth (Forrest Gump, El Dilema).

Los israelíes prepararon una lista de 11 objetivos claves de la causa palestina y formaron un equipo itinerante que, costase lo que costase, debía acabar con ellos. Fue la operación Cólera de Dios.

Steven Spielberg, que ya había quedado impactado por el filme documental ganador de un Oscar sobre los sucesos de Munich, One Day in September (1999, Kevin Macdonald), decidió combinar varios géneros para esta ficción histórica de factura irreprochable para la que ha contado con su director de fotografía habitual, Janusz Kaminski, quien (ayudado por un vestuario y un diseño de producción excepcionales) se basó en la estampa de grandes filmes setenteros para captar el aire del momento: French Connection, El Último Testigo y Los Tres Días del Cóndor.

Los flash-backs en tono documental sobre el secuestro y posterior desenlace en Munich se intercalan en la acción principal, mezcla de intriga política y de carrera de espías, de acción y de reflexión, en la que el Gobierno israelí, con la severa Meir (la actriz Lynn Cohen) al frente, escoge a uno de sus agentes (Avner), interpretado contundentemente por el actor australiano Eric Bana (Hulk, Troya), para una misión secreta que ?no existe?.

Spielberg ha recibido críticas no desautorizadas por su Gobierno, por esta supuesta imparcialidad, que no es más que el análisis de la lógica que conlleva el terror, venga de donde venga. Porque no es un filme de contrición ni arrepentimiento judío, sino una humana reflexión sobre un conflicto vigente, plasmado en el bucle de un plano final revelador. ?Munich es una oración por la paz?, ha dicho Spielberg. Y caben muchas más cosas aún en este título tan sonoro, evocador del lugar donde surgió el nazismo, donde murieron 11 israelíes inocentes y desde donde quizá acabó de enquistarse una tragedia que todavía nadie sabe cómo resolver.

La operación ?secreta?

Avner, hijo de un héroe de guerra israelí (en 1967, en la Guerra de los Seis Días, Israel invadió la península del Sinaí, en Egipto, los altos del Golán, en Siria y parte del Líbano), es un joven y discreto agente a punto de ser padre. Él, que todavía no está fichado por el enemigo, será el cabecilla, y el responsable último de las acciones de un grupo de cinco personas expertas en distintas tareas (entre un gran reparto con actores de 26 países entre los que están los españoles María Casal y Arturo Arribas): el inglés Daniel Craig (el nuevo James Bond es el avezado chofer), el francés Mathieu Kassovitz (experto en explosivos), el alemán Hanns Zischler (falsificador) y el actor irlandés Ciarán Hinds (experto en eliminar las huellas).

Su contacto con el Mosad es el gran Geoffrey Rush, que seguirá la pista de este comando secreto que viaja por el mundo eliminando nombres de la lista, en operaciones quirúrgicas a medio camino entre la guerra de Uno Rojo, División de Choque y las Ansias de Venganza de Kill Bill. Poco a poco, las dudas surgen entre la ética personal de cada miembro del grupo y las ansias de supervivencia. La sangre y la sensación de que todo sigue igual (cada muerto tiene un sustituto inmediato que se convierte de nuevo en objetivo) les convierten en máquinas de matar. ¿Qué les diferencia de los palestinos?

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