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¡Ni gota!

Adela Celorio

Alabado sea Dios, por la hermana agua, la cual es muy útil, humilde,

preciosa y casta.

Francisco de Asís

Juan Nepomuceno Alponte, -para quien no lo recuerde fue hijo del tata cura José Maria Morelos y Pavón- en su “Guía de Forasteros y Repertorio de Conocimientos Útiles”, publicada en 1852, relata que la Ciudad de México fue fundada por los indígenas el año 1325 sobre una laguna en medio de un valle. Más adelante describe la capital que a él le tocó vivir: “ríos y lagunas fertilizan el terreno, que surte a la capital de las más delicadas y sazonadas frutas todo el año, así como de legumbres y hortalizas, granos, aves de tierra, patos, ánsares, gallaretas, codornices, peces, anguilas y demás producciones y frutos delicados y exquisitos, en abundancia”.

Hoy, desaparecido todo vestigio del mítico lago sobre el que fue fundada esta capital, los mil cien kilómetros cuadrados de agua existentes en el siglo XVI han sido sustituidos por una sombría lápida de 600 kilómetros cuadrados de urbanización infrahumana que consume sin remordimiento el caudal de agua más grande del mundo: 72 mil litros por segundo de los cuales el 40 por ciento se pierde por las fisuras de un defectuoso sistema de distribución.

Con las acequias transformadas en túneles, los canales en drenajes, los ríos en avenidas y los viaductos en dobles pisos; los capitalinos, tercos, insistimos en que “Guadalajara en un llano México en una laguna”.

Sobrepoblada, sedienta, sacada de madre por la “civilización moderna” y la pertinaz corrupción de los sucesivos gobiernos, sin ningún sentido de futuro esta capital (Ciudad de México) abdicó recientemente de sus últimas áreas verdes a favor de millonarios desarrollos urbanos como Santa Fe, mismos que llevarán el agua a su molino, mientras colonias populares y zonas marginadas carecen de agua y tienen que esperar durante horas por la pipa que vende a quince pesos la cubeta.

Pero el agua es un bien común, y la naturaleza, más justa que los hombres y más pronto de lo que imaginamos; no tardará en igualarnos a todos en la sed.

Hace ya tiempo me llamó la atención ver que los franceses pagaban el agua para beber más cara que el vino. Hoy, la industria de agua embotellada en nuestro país, vende al año dieciocho millones de litros en treinta y cuatro mil millones de pesos.

La proporción es escandalosa pero así están las cosas y no se necesita ser catastrofista para prever que estamos ante la inminencia de una grave crisis.

(Menos mal que yo de agua ni gota, lo mío es la cerveza).

Además, mientras el Gobierno de la ciudad privilegie a los automovilistas con periféricos aéreos y puentes espectaculares, no necesita ocuparse de problemas tan poco lucidores como el del agua.

“Veamos si en el IV Foro Mundial del Agua” que se llevará a cabo en estos días; hacen algo más que hablar.

adelace@prodigy.net.mx

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