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Ni todos coludos ni todos rabones.../Roberto y el PRI

Patricio de la Fuente G.K.

“La cosa más difícil es

conocernos a nosotros mismos; la cosa más

fácil, hablar mal

de los demás”.

Epicteto

Ojalá el tricolor hubiese concebido su oportunidad histórica de reinventarse cuando en aquel lejano año 2000 perdió las elecciones presidenciales. En lugar de ello, las divisiones internas cobraron fuerza y no sabemos a dónde fue a parar el credo revolucionario que tantas cosas buenas aportó a la vida institucional mexicana. Fue tal la sorpresa de saberse desvalidos y sin la protección de un “jefe máximo”, que los priistas comenzaron a divagar por sendas distintas. ¿La consecuencia natural? que hasta la fecha no les ha sido posible comportarse como un verdadero contrapeso frente a los tropiezos del Ejecutivo o cuando pertinente, hacer a un lado las lógicas divergencias con el Gobierno de Fox y juntos pugnar en pro de proyectos urgentes para el bienestar colectivo. Ojo: la responsabilidad de los tropiezos o, mejor dicho, la parálisis legislativa también la tiene el presidente y su equipo y las demás fracciones parlamentarias, así como una ciudadanía que tiende al desinterés por un buen número de asuntos, especialmente por la política.

Aquí no se pugna por desaparecer al PRI pues sería insensato. Las democracias requieren para lograr el equilibrio, un espectro que abarque todas las ideologías, claro está, evitando los radicalismos. Juzgar al tricolor de forma tajante, así como culparlo por todas las desgracias acontecidas en los últimos setenta años sería una insensatez de proporciones mayúsculas. Cuando revisamos la historia, es deber patriótico y enseñanza hacia nuestros hijos buscar que caigan en la cuenta que, ni todos los hombres, ni mucho menos las instituciones son necesariamente puros o inmaculados pues dentro de la esencia humana caben los claroscuros y matices propios de la imperfección.

No hay aquí filiación partidista ni apoyo a ningún candidato en particular, sencillamente se busca señalar defectos y virtudes de los suspirantes. No conozco personalmente a Roberto Madrazo -no se ha dado la circunstancia- pero en él ocurren matices evidentes. Para sus detractores (encabezando la lista López y la maestra Gordillo, además de un buen número de mexicanos) “es un tipo carente de escrúpulos; una mala versión de Maquiávelo; salinista de huesco colorado, que además le resulta imposible cumplir una palabra de honor de la que está huérfano”. Para otros “su personalidad es arrolladora; tiene los tamaños para hacer que las cosas se hagan y lo lamentable es que en medio de tantas críticas casi nadie pone atención a sus propuestas; las cuales, dicen, “son viables”. ¡Vaya coyuntura y vaya polarización!

Lo peor del caso es que si a divisiones y sentimientos encontrados en cuanto al candidato del PRI se refiere, las más visibles se hayan dentro de dicho partido. A partir de su campaña para gobernador de Tabasco (se presume que gastó una millonada) nace una fama personal de arribismo y manejos turbios de la cual le ha sido difícil despojarse. Al asumir la presidencia del PRI muchos estiman que en lugar de coadyuvar hacia el engrandecimiento de la fuerza de la organización, el objetivo madracista fue lograr la candidatura a la Presidencia. Más aún, el surgimiento de corrientes y precandidatos sin posibilidad ni fuerza para ganar la contienda interna -léase Everardo Moreno o Enrique Martínez- resquebrajó estructuras antes bien cimentadas, y ya ni se diga de la sorna, burla o lo que queramos llamarle provenientes de un electorado suspicaz hasta el extremo.

Si pecamos de justos es menester valorar el sentido de cohesión que durante décadas mantuvo al PRI como la institución más sólida de este país. Condenable a todas luces algunas prácticas famosas: acarreo de votantes, compra de votos, alquimia electoral, “desaparición” de votantes y un sinfín de linduras. Para su tranquilidad, en eso del acarreo y la intimidación ya no están solos: tanto el PAN como el PRD están aprendiendo a pasos agigantados y ponen en práctica lecciones que datan de la época de Gonzalo N. Santos. En fin, que muy a pesar del cambio prometido se percibe poco cauto y hasta inescrupuloso el manejo de los partidos políticos mexicanos.

“Nunca digas de esta agua no beberé”, por tanto démosle la posibilidad al PRI de cambiar y entonces razonemos maduramente sobre el sentido de nuestro voto. En las listas para el Senado y el Congreso, el tricolor ha incluido hombres y mujeres de gran valía y experiencia que esperemos trabajarán arduamente. Claro, también -costos lógicos de intereses y contrapesos- también se coló una serie de gracias por todos conocidas que ojalá no causen mayores desgracias. Digo, desde la época de Echeverría lo vienen haciendo. Y que conste que la referencia no viene por viejos, sino por mañosos. ¡Ojalá existiese la sana mezcla entre la fuerza propia de la juventud y la sabiduría y templanza característica de la experiencia!

Alguien me preguntó en alguna ocasión si acaso -y en especial después de la debilidad mostrada por el actual mandatario- si lo que verdaderamente nos convendría es una especie de dictador. ¿Mi contestación?: en un sistema democrático en pañales hecho realidad a partir de la impunidad y la sangre, ello sería deleznable y echaría por tierra las aspiraciones de jóvenes cuyo impulso nace y se mueve gracias al legítimo anhelo por la libertad. Necesitamos un hombre -y ojalá algún día una mujer- que a base de firmeza, templanza y disposición para enfrentar los avatares de un país con futuro, esté dispuesto a entregar su vida a México.

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