La voracidad fiscal adopta diversas manifestaciones. El Servicio de Administración Tributaria (SAT), instalado en inmensas oficinas sobre la avenida Hidalgo, a un costado de la Alameda central de la Ciudad de México (en un inmueble tan vasto que tiene entrada por la prolongación del Paseo de la Reforma) ya no cabe en su actual establecimiento y se apresta a devorar una parte del patrimonio raíz del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una especie de pariente pobre, venido a menos en la Administración pública.
A diferencia del SAT, que crece, el IMSS se achica, y ha reducido el número de sus delegaciones en el Distrito Federal. Mantiene por ello cerrada la que fue número Dos norte, precisamente sobre la misma avenida Hidalgo, y se dispone a venderla. De ese modo, pensaría uno, el Gobierno gestiona racionalmente sus recursos: el IMSS deja de gastar en un edificio que no utiliza y obtiene a cambio unos cien millones de pesos, que no le caerán mal en sus apretadas finanzas.
Mas ocurre que la edificación que avizora como suya el SAT incluye una sala de teatro de grandes proporciones, el Hidalgo y dada la integración de las áreas de la extinta delegación administrativa, la venta de ese inmueble supone la del recinto escénico, que por ese motivo dejará de cumplir sus funciones culturales.
Esa amenaza, y la que pende sobre otros establecimientos del Seguro Social, ha producido una reacción defensiva de la comunidad artística que este mediodía realizará, en el local de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), una reunión signada por un lema tajante: Ni un teatro menos.
Para comprobar que no se trata de una posición circunstancial basta saber que la reunión se efectuará en la sala Wilberto Cantón, parte indisoluble de las oficinas de esa sociedad autoral que ha hecho de la difusión teatral una de sus banderas y cuyo nombre rinde homenaje a un dramaturgo notable.
La Sogem mantiene otra sala, la Eleuterio Méndez, con semejante propósito, en Coyoacán. Y por si eso fuera poco, la preside uno de los más activos y eficaces dramaturgos de nuestro tiempo, Víctor Hugo Rascón Banda (al que, injustamente, la pasión política denuesta en estos días sólo porque mantiene su propia posición ante una eventual legislación cultural que es, por su propia naturaleza, una materia opinable).
El teatro Hidalgo fur inaugurado en mayo de 1962, como parte de un vasto plan de inversiones y de prestaciones sociales que el IMSS estaba entonces en condiciones de emprender. De esa época -el sexenio de Adolfo López Mateos, en que ese instituto fue dirigido por Benito Coquet- datan además los teatros Xola, Independencia y Tepeyac, por citar sólo algunos en la Ciudad de México, y muchos otros en el resto del país, pues las casas de la asegurada o las oficinas administrativas surgieron con una sala teatral adosada.
En aquellos años de crecimiento económico e irresponsabilidad administrativa al menos una parte de las reservas que por Ley estaba obligado a formar el IMSS se concretaron en obras materiales y en servicios sociales y de difusión cultural.
Si bien la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), no han sido en modo alguno omisos en dar impulso a la actividad teatral, la que realizó el IMSS cobró su sello propio, pues dio lugar a la presentación de dignas puestas en escenas de los clásicos.
La inauguración misma del teatro Hidalgo lo mostró de esa manera, pues abrió su actividad con la Orestiada, de Esquilo, dirigida al alimón por Ignacio Retes y Julio Prieto, y con la actuación estelar de Isabela Corona.
Un conjunto de circunstancias adversas, que no es del caso examinar ahora, ha menoscabado las tareas del IMSS. Y si faltan los más elementales insumos para la atención de los derechohabientes requeridos de servicios médicos, con mayor razón la escasez de recursos se ha expresado en las prestaciones sociales que acaso se juzga, desde la perspectiva tecnocrática, como un elemento sólo agregado, del que se puede prescindir.
Por eso en 2004 se resolvió poner a la venta el teatro Hidalgo, y según temen miembros eminentes de la comunidad teatral, como Miguel Sabido, se haría lo mismo con los que llevan los nombres de Isabela Corona y Félix Azuela. En el primer caso, se dejaría sin espacio a La Trouppe, un benemérito grupo que está cumpliendo veinticinco años de perseverante actividad, y sólo en los últimos tres ha podido contar con el Isabela Corona. La Trouppe quedaría en la misma situación en que se halla el grupo Perro Teatro, que durante ocho años ocupó la sala Santa Fe, al cabo de los cuales tendrá que marcharse.
Ello es así porque incapacitado para patrocinar su propia actividad teatral como lo hizo suntuosamente en sus años de esplendor, el IMSS celebra convenios con grupos y empresas que asumen el riesgo comercial de sus presentaciones.
Lo grave es que no sea posible seguir haciéndolo. Antes que se decidiera la venta del Hidalgo prosperaba una idea que no debía abandonarse. Por un lado, rebautizarlo con el nombre de Ignacio Retes, el director y actor que tantos lauros logró allí (y en el teatro y el cine en general) y, por otra parte, convocar a que instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México, contribuyeran a revitalizarlo.
La UNAM ha conferido una considerable y justa importancia al teatro y desde que desapareció la sala llamada El Caballito, hace muchos años, quedó sin espacio propio en el centro de la ciudad. De acuerdo con el IMSS, ¿no podría recuperarlo?