Con la cancelación de la gira del presidente Vicente Fox a Australia y a Vietnam, el viaje que realizó a Uruguay a la Cumbre Iberoamericana pudo ser la última gira del sexenio.
Por circunstancias diversas, hubo la oportunidad de acompañar a la delegación mexicana a Montevideo, donde el presidente mexicano rescató ?si es que se puede llamar así- una declaración conjunta de los países latinoamericanos unánime en contra del muro que se pretende construir a lo largo de más de mil quinientos kilómetros en la frontera de Estados Unidos con nuestro país. La propia declaración, que para efectos prácticos sirve muy poco, para no decir que nada, es realmente lo rescatable de la participación en la cumbre, ya que estas reuniones que tuvieron su primera sede en Guadalajara, Jalisco, en 1991, en los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, fueron incentivadas por México para fines coyunturales de esa época.
En aquellos años, los intereses de la agenda del controversial Salinas eran de otro corte, ya que la estrategia era crear la percepción de que México era una nación globalizada e integral y que en apariencia se presentaba como un país de corte latinoamericano, merced que ya se sabía que el objetivo era la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, lo que comercialmente se ataría a la República con Estados Unidos y Canadá, constituyéndose por naturalidad, un bloque de América del Norte.
Salinas pensó que era necesario pues, mostrarse con una política exterior hacia los hermanos sudamericanos. Así, al tiempo se devela con claridad cuál fue el objetivo de promoverla y al tiempo también, queda claro cómo la propia reunión de los países latinoamericanos, más España, Portugal y Andorra, han ido perdiendo una fuerza desmesurada para acciones reales de trascendencia.
Tan es así, que el presidente de Brasil, el recién reelecto Lula, simplemente prefirió irse a la playa que atender el compromiso, según la consignación de la prensa sudamericana que publicó la foto del propio Lula en las playas brasileñas, mientras las reuniones se llevaban a cabo. La ausencia de primer mandatario brasileño fue sensible, merced de que Brasil es la economía mayor del cono sur. Hubo otras ausencias de presidentes, como la de Alan García, de Perú y el controversial Hugo Chávez, de Venezuela. Cuba no pudo ser representada por Fidel por razones de salud. Hay que señalar, en contraparte, que la presencia del rey Juan Carlos de Borbón y el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero de España le otorgaron también un realce al evento.
Éstas fueron las condiciones generales de lo que pudo ser la última visita oficial, a menos que el PAN convenza a la Oposición en el Congreso de cuando menos le den oportunidad a Fox de acudir siquiera a Vietnam a la APEC, donde por lo menos se tratan temas de comercio exterior entre los países de comparten la cuenca Asía-Pacífico, la previa visita a Australia, está de plano descartada.
Fue interesante entonces haber participado, aunque de manera pasiva, en la comitiva que acompañó al presidente en un viaje de 74 horas totales de duración, incluidas las casi veinte de vuelo. Vivir la parafernalia de lo que representa una visita de Estado es sencillamente una experiencia para un ciudadano común y corriente. Verse trepado en la gran nave presidencial, un Boeing 757 acondicionado para llevar al presidente de México a todos los confines del mundo con comodidad, es ya distinto para un ser común.
El avión está acondicionado sin un exagerado lujo, aunque con mucho espacio para los tripulantes de la mitad para delante de la cabina del avión, en la mitad del mismo existe una oficina y una recámara privada para el presidente. La parte trasera está acondicionada como un avión como de aerolínea.
Debo señalar con tristeza que el servicio de bebidas me pareció un insulto. El que el vino tinto ofrecido tenga un valor en el mercado de más de dos mil pesos la botella, me hizo recordar con pena el escándalo de las toallas de cuatro mil pesos. Ojalá que alguien aprenda en el siguiente sexenio aquello de la austeridad republicana, por respeto siquiera de los pobres mexicanos; el resto de la cava, aunque cara también, termina siendo más razonable.
La experiencia de viajar en la comitiva se inicia con la llegada al hangar presidencial, un montón de oficiales del Estado Mayor coordinan la partida de los tripulantes que van en dos partes: los invitados especiales que abordarán al frente del avión y la fuente informativa y personal de logística que harán lo propio por la trasera, en ?gallopa? para los términos coloquiales. A los ?invitados? los del propio Estado Mayor proporcionan un pin distintivo para ser reconocidos durante la gira. Vale la pena ver cómo los elementos del Estado Mayor, militares al fin, intentan ser amables y dulces con los acompañantes, pero su propia formación hace que sus modales se vean divertidos, por el sobreesfuerzo de cortesía en su trato.
Ya en vuelo, el presidente y la señora Marta saludan personalmente a todo mundo, lo que además de muchos dichos de la gente de logística y de la clase más sencilla del avión, no dejan de demostrar que Vicente Fox es sencillamente una persona humana, para todos el casi ex presidente tiene un trato cálido, una sonrisa.
Creo que es importante señalarlo, de lejos, es difícil saberlo, hasta que lo vives con sus ayudantes de nivel más bajo. La llegada al Uruguay es también interesante, una glamorosa ceremonia de bienvenida para el presidente. De ahí se conforma un convoy de siete vehículos con escolta, que para un simple mortal, ir en él es divertido, por decir lo menos. Se programó una visita a la Embajada mexicana en Montevideo, donde habrá de llevarse a cabo una remodelación. En pleno Centro de la ciudad y con una buena cantidad de transeúntes y vecinos de la zona, Fox demostró su carisma y magnetismo y con un discurso improvisado se llevó las palmas.
Una nueva reflexión: México tiene hasta hoy un presidente humano, carismático y con liderazgo, lástima de la pila de yerros cometidos a través de su sexenio, que resultará en mucho en cuentas incompletas. La presencia en propia cumbre pasa sin pena ni gloria. Los sudamericanos tienen sus propios problemas, entre ellos, la realidad es que lo único que une a los mexicanos con los países del cono sur es la simpatía, nuestros problemas internacionales están en otro lado: en Estados Unidos predominantemente, nos guste o no.
El regreso termina siendo más relajado y las pláticas en la cabina ratifican lo de siempre: los que viven en el DF, sean políticos, empresarios y lamentablemente comunicadores, no dejan de ver a los de provincia por abajo del hombro. Aunque uno será muy güey si se deja, del norte al fin. Queda como anécdota haber participado en lo que quizá fue el último viaje de Fox presidente al extranjero.
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